Hace unos días el diputado de Izquierda Unida Alberto Garzón comentaba en su Twitter, con jocosa resignación, que le habían robado su bicicleta: "Los recortes llegan hasta el portal de mi casa. Me han robado la única bici que tenía", rezaba el mensaje. Suceso nada fuera de lo anecdótico en un estado donde el 15% de los usuarios de bicicletas ha sufrido alguna vez un robo[1] que, sin embargo, fue aprovechado por los medios de comunicación más conservadores -la conocida como caverna mediática- para mofarse de la suerte del vehículo del diputado y, de camino, impartir lecciones sobre marxismo.
En realidad, poco o nulo interés tienen las opiniones vertidas por comentaristas de plató, expertos en periodismo sesgado o tertulianos que hacen de la parcialidad su modo de vida. Sencillamente, les pagan para que digan lo que les dicten sus patrones. Sus opiniones son la simple repetición goebbeliana del catecismo neoliberal especiado con toques de régimen predemocrático. No usan argumentos, se apoyan en el dogma de la fuerza que confiere saberse erigido en el púlpito privilegiado de los medios de comunicación al que muchos ciudadanos, de buena voluntad, confían su inocente atención. Sin embargo, es difícil no lamentarse ante comentarios tan simplistas, alejados de la realidad, construidos a partir de clichés interesados y el desconocimiento más absoluto.
Y es que el hablar por hablar de aquellos hinchas de la caverna mediática les permite afirmar, sin ningún reparo, que alguien de IU no debería de reivindicar la propiedad privada[2]. Es decir, según esos finos analistas políticos, la gente de izquierdas no cree en la propiedad privada por lo que no tiene derecho a poseer bienes como por ejemplo una bicicleta. Este tópico, interesadamente extendido en la sabiduría convencional, distorsiona totalmente los principios del marxismo, reduciéndolo a una extraña ideología de individuos que deciden vivir alejados de cualquier posesión; así, cuando alguien afirma ser marxista, ha de enfrentarse al típico reproche de no vivir según aquel falso estereotipo, pues según aquella lógica lo coherente es que todo marxista renuncie a sus propiedades y las reparta con los demás.
Nada más lejos de la realidad: una de las premisas del marxismo es que la propiedad privada amasada por el esfuerzo y el trabajo propio es completamente legitima. Lo que el marxismo rechaza es la propiedad privada de los medios de producción[3]. Cuando hoy en día hay movimientos sociales que denuncian que el 1% de la población controle el 99% de las riquezas, realmente está tocando de lleno el asunto de la propiedad de los medios de producción. Como se mencionó anteriormente, toda persona tiene derecho a la propiedad bien adquirida, fruto del trabajo personal, del esfuerzo humano. Esa propiedad puede ser una casa, un ordenador portátil o una bicicleta. En el esquema actual capitalista, el natural esfuerzo del asalariado por adquirir propiedades básicas lo conduce a una progresiva descapitalización, al verse obligado a financiarse a través de la explotación de su trabajo y, normalmente, el endeudamiento con la banca. Esto se comprueba fácilmente al observar cómo la polarización de las rentas es cada vez más extrema, lo que aumenta ostensiblemente la brecha entre ricos y pobres, trabajadores y grandes empresarios. Dicho de otro modo, el capitalismo, a pesar de fomentar el consumo -consumismo- como uno de los motores de la economía, tiende a negar la propiedad privada a las clases más débiles debido a la tendencia de reducir su capacidad adquisitiva, ya sea en sueldos, duración de los productos de consumo, etc.
La propiedad de los medios de producción en manos privadas implica la explotación de los asalariados, quienes venden su fuerza de trabajo a cambio de unos ingresos mínimos para subsistir y, en lo posible, llevar una vida digna. La negociación entre empleador y empleado para establecer el precio de la fuerza de trabajo que es inevitablemente desventajosa para el segundo. Al ser un objeto de mercadeo, además de la perentoria necesidad del trabajador de tener ingresos, la fuerza de trabajo se ve continuamente devaluada ante la dura competencia por el empleo, situación que se acentúa en épocas de crisis y paro rampante. La única alternativa a esta situación, que es lo que el marxismo propugna, es la socialización de los medios de producción. Los dividendos de las empresas socializadas no serían repartidos entre accionistas ávidos de riqueza que, en demasiadas ocasiones, desvían sus ganancias a paraísos fiscales y negocios faltos de transparencia; sino que revertirían en beneficio de la sociedad misma. Paradójicamente, las pérdidas de muchas empresas sí que son parcialmente socializadas cuando aquéllas colocan a las administraciones en la tesitura de suministrarles ayudas públicas para evitar despidos que, en caso de realizarse, supondrían nuevos parados cuyas prestaciones de desempleo serían sufragadas con dinero público.
Por tanto, Alberto Garzón está ideológicamente legitimado a poseer una bicicleta, un apartamento o un coche. No se le puede reprochar en absoluto, porque se lo ha costeado con su esfuerzo personal. Nada de extraños y lujosos regalos que, como el caso de políticos de otra casta en estas tierras, no sepa explicar su procedencia. Se trata de una simple bicicleta a partir de la cual un grupo de hinchas del equipo de los banqueros y grandes empresarios han querido hacer gala de supina ignorancia. Fuese un triste ladrón o algún envidioso con ganas de incordiar a una joven promesa de la política, el anónimo nuevo dueño de la bicicleta nos ha dado la oportunidad de volver a medir el nivel de ciertos voceros de la caverna mediática española. En palabras del propio Garzón: "Lo de la bicicleta está dando mucho de sí. ¡Anda que cuando se enteren de que apoyamos la nacionalización de grandes empresas!".
Y es que el hablar por hablar de aquellos hinchas de la caverna mediática les permite afirmar, sin ningún reparo, que alguien de IU no debería de reivindicar la propiedad privada[2]. Es decir, según esos finos analistas políticos, la gente de izquierdas no cree en la propiedad privada por lo que no tiene derecho a poseer bienes como por ejemplo una bicicleta. Este tópico, interesadamente extendido en la sabiduría convencional, distorsiona totalmente los principios del marxismo, reduciéndolo a una extraña ideología de individuos que deciden vivir alejados de cualquier posesión; así, cuando alguien afirma ser marxista, ha de enfrentarse al típico reproche de no vivir según aquel falso estereotipo, pues según aquella lógica lo coherente es que todo marxista renuncie a sus propiedades y las reparta con los demás.
Nada más lejos de la realidad: una de las premisas del marxismo es que la propiedad privada amasada por el esfuerzo y el trabajo propio es completamente legitima. Lo que el marxismo rechaza es la propiedad privada de los medios de producción[3]. Cuando hoy en día hay movimientos sociales que denuncian que el 1% de la población controle el 99% de las riquezas, realmente está tocando de lleno el asunto de la propiedad de los medios de producción. Como se mencionó anteriormente, toda persona tiene derecho a la propiedad bien adquirida, fruto del trabajo personal, del esfuerzo humano. Esa propiedad puede ser una casa, un ordenador portátil o una bicicleta. En el esquema actual capitalista, el natural esfuerzo del asalariado por adquirir propiedades básicas lo conduce a una progresiva descapitalización, al verse obligado a financiarse a través de la explotación de su trabajo y, normalmente, el endeudamiento con la banca. Esto se comprueba fácilmente al observar cómo la polarización de las rentas es cada vez más extrema, lo que aumenta ostensiblemente la brecha entre ricos y pobres, trabajadores y grandes empresarios. Dicho de otro modo, el capitalismo, a pesar de fomentar el consumo -consumismo- como uno de los motores de la economía, tiende a negar la propiedad privada a las clases más débiles debido a la tendencia de reducir su capacidad adquisitiva, ya sea en sueldos, duración de los productos de consumo, etc.
La propiedad de los medios de producción en manos privadas implica la explotación de los asalariados, quienes venden su fuerza de trabajo a cambio de unos ingresos mínimos para subsistir y, en lo posible, llevar una vida digna. La negociación entre empleador y empleado para establecer el precio de la fuerza de trabajo que es inevitablemente desventajosa para el segundo. Al ser un objeto de mercadeo, además de la perentoria necesidad del trabajador de tener ingresos, la fuerza de trabajo se ve continuamente devaluada ante la dura competencia por el empleo, situación que se acentúa en épocas de crisis y paro rampante. La única alternativa a esta situación, que es lo que el marxismo propugna, es la socialización de los medios de producción. Los dividendos de las empresas socializadas no serían repartidos entre accionistas ávidos de riqueza que, en demasiadas ocasiones, desvían sus ganancias a paraísos fiscales y negocios faltos de transparencia; sino que revertirían en beneficio de la sociedad misma. Paradójicamente, las pérdidas de muchas empresas sí que son parcialmente socializadas cuando aquéllas colocan a las administraciones en la tesitura de suministrarles ayudas públicas para evitar despidos que, en caso de realizarse, supondrían nuevos parados cuyas prestaciones de desempleo serían sufragadas con dinero público.
Por tanto, Alberto Garzón está ideológicamente legitimado a poseer una bicicleta, un apartamento o un coche. No se le puede reprochar en absoluto, porque se lo ha costeado con su esfuerzo personal. Nada de extraños y lujosos regalos que, como el caso de políticos de otra casta en estas tierras, no sepa explicar su procedencia. Se trata de una simple bicicleta a partir de la cual un grupo de hinchas del equipo de los banqueros y grandes empresarios han querido hacer gala de supina ignorancia. Fuese un triste ladrón o algún envidioso con ganas de incordiar a una joven promesa de la política, el anónimo nuevo dueño de la bicicleta nos ha dado la oportunidad de volver a medir el nivel de ciertos voceros de la caverna mediática española. En palabras del propio Garzón: "Lo de la bicicleta está dando mucho de sí. ¡Anda que cuando se enteren de que apoyamos la nacionalización de grandes empresas!".
[1] "Cómo evitar que te roben la bicicleta". Ecomovilidad, 17 de junio de 2010.
[2] "Un diputado de IU reivindica la propiedad privada tras el robo de su bici". La Gaceta, 22 de marzo de 2012.
[3] Vid. "Crítica del programa de Gotha" de Karl Marx.
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