martes, 14 de febrero de 2012

De España a Españistán

Este artículo es un ejercicio de crítica constructiva a una ciudadanía inteligente, bien preparada, que aún así rehuye a pensar por sí misma, lo que la hace manejable a manos de una élite que, con la excusa de la crisis, no hace más que recortar derechos e incrementar el déficit democrático que minimiza la soberanía del pueblo. 

Gran parte de la población española vive atenazada ante la dureza de estos tiempos de crisis, sumida en la indolencia, en un estéril inmovilismo a la espera de que otros les solucionen los problemas, resignada a asumir injustos cambios a sabiendas de que no harán más que agravar su situación. Esto sólo puede ser posible como consecuencia de un sutil trabajo de reeducación y enajenación de masas que nos ha convertido en mercancía en manos de los grandes poderes.

Tal nivel de resignación no se puede justificar exclusivamente con la profusión de ligas de las estrellas, programas del corazón, y demás inmundicia rosa, que alienan a una parte de la población que ha elegido dar la espalda a la realidad. Es triste recordar que una copa del mundo, ganada por una veintena de multimillonarios cuyas primas fueron declaradas en Sudáfrica para tributar menos impuestos[1], tuviese mayor capacidad de convocatoria de gente en calles y plazas que las protestas contra las duras reformas que van aprobando en este estado. Es el pueblo arrodillado, agarrado al clavo ardiendo del circo a la espera que el pan venga por la gracia de los que más tienen. Se trata de la mentalidad del esclavo, la que nos hace sumisos, conformistas, acríticos, borregos.

El gran problema de esta sociedad, la causa principal del inmovilismo aquí expuesto, es su grave déficit democrático, con profundas raíces históricas, que nos hace ignorar la esencia de la democracia y el estado de derecho, minusvalorar lo público, el poder de lo colectivo, la importancia de defender nuestros derechos. En un estado democrático, la soberanía es del pueblo. Los gobernantes han de realizar su trabajo por y para la ciudadanía. Sin embargo, cuando un presidente de gobierno se reune con los grandes empresarios para consultarles la salida de la crisis[2], cuando nuestros representantes en el Gobierno y oposición ceden a las presiones de otros estados para que reformemos nuestra Constitución[3], cuando la primera tarea de un presidente recién elegido consiste en consultar sus políticas con la canciller de Alemania[4], se demuestra que la soberanía no reside en el pueblo, ni siquiera en sus gobernantes; cuando se presume de una dura reforma laboral ante ministros cuyos países tienen estándares de vida que jamás hemos soñado aquí[5], se demuestra que no se gobierna para la mayoría de los ciudadanos.

Vivimos en un mar de medias verdades y falacias. Se ha aceptado que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, hemos asumido y magnificado nuestra parte de culpa de la crisis actual. Así, señalamos sin rubor al post-adolescente que dejó a medias sus estudios de bachillerato para trabajar de peón de albañil y dedicar su sueldo a la compra de un BMW que ahora no puede seguir pagando. Culpamos a cualquier trabajador a quien un banco le concedió una hipoteca, sin traba alguna, y ahora se queda sin su vivienda. Aplaudimos en su día la llegada del euro, aunque a los pocos días de su existencia los precios de los productos básicos se multiplicasen sin más justificación que la del vil redondeo. Llegamos a sentirnos europeos porque la Seat era comprada por Volkswagen y se abrían supermercados franceses y alemanes en cada barrio. Aplaudimos el Tratado de Maastricht sin saber de qué iba, sólo porque lo apoyaban nuestros políticos del bipartidismo. Votamos “sí” a la Constitución Europea seducidos por una campaña publicitaria protagonizada por Los Morancos y otros famosos contratados para captar votos a favor[6].

Duele decirlo, pero parece que hemos tocado fondo y vamos a tardar en volver a flotar mientras no cambiemos de actitud. Hemos tocado fondo porque hemos sido conducidos, sin resistencia, a una situación que puede tornarse tan grave como la que hoy se vive en Grecia. Hemos tocado tocado fondo porque nos encontramos en un estado desindustrializado, sin capacidad de producir ni de consumir, destinado a convertirse en el hogar del pensionista del jubilado alemán, condenando a gran parte de los jóvenes a trabajar al servicio de turistas procedentes de los países desde donde se pide a nuestros gobernantes que nos bajen los salarios. Hemos tocado fondo cuando en plena crisis no somos capaces de reaccionar ante todo lo que se nos presenta. 

Puede que para la Europa rica esto ya no sea España sino Españistán. Al fin y al cabo, sin suliteza alguna, nos incluyeron en el club de los PIGS (“cerdos” en inglés), lo que ha venido a significar un total sometimiento a políticas de ajustes, recortes y una mal llamada austeridad para asegurar la devolución de la deuda nacional a los bancos, especialmente alemanes y franceses. Mientras tanto, gran parte de la población asume que hay que devolver esa deuda sin plantearse si es justa o no, ni quienes la causaron.

Españistán es la suma de los dos Españas en que se divide un gran sector de la ciudadanía cuando se trata de justificar las desgracias que nos ocurren. Asi, una gran parte de la población culpa de la situación actual a los políticos, normalmente a los del bando contrario al que confiaron su voto; porque simpatizar con una agrupación política o con otra se ha convertido en seña de identidad, puro forofismo, como la eterna pugna entre los hinchas del Madrid y del Barça. Otros, los menos, los culpan a todos sin distinción, metiendo en el mismo saco a los políticos del bipartidismo, a los de los partidos minoritarios, a los honrados, a los corruptos.

La media España forofa del partido ahora en el gobierno suspiró tranquila cuando Francisco Camps fue declarado no-culpable, mientras otra se negaba a aceptar el veredicto. La grave cuestión de la corrupción volvía a quedar reducida a arma política. El asunto no es qué partido político tiene mayor o menos número de corruptos, sino los motivos por los que la corrupción es una lacra en el estado español, el porqué de la falta de transparencia que provoca esa sensación de impunidad que parte de la población percibe y critica, aunque la contaminación partidista hace que en ocasiones sólo se critiquen los pecados cometidos por los políticos de partido ajeno. Ante tales circunstancias, la imparcialidad de la Justicia queda en entredicho, al fin y al cabo, la decisión de un juez ante cualquier caso de corrupción terminará siendo interpretada como una sentencia a favor o en contra de un partido u otro.

Más que nunca es necesario que la ciudadanía reaccione ante la situación actual, ante el déficit democrático que sigue permitiendo cuentas opacas, gastos inútiles, despilfarros, administraciones públicas manejadas como si se tratasen de cortijos privados por señoritos que alcanzaron su cargo a base de forofismo en vez de explicar a la ciudadanía sus intenciones, su programa. Muchos comenzamos a darnos cuenta que ya no estamos en España, de algún modo nos deportaron a Españistán y corremos el peligro de quedarnos aquí para siempre. El regreso a esa España -que algún día quiso ser- democrática, plural empieza por la ciudadanía. Mientras no apaguemos los televisores, desafiemos al amo, comencemos a pensar por nosotros mismos, dejemos a un lado forofismos políticos y exijamos programas, estaremos condenados a sufrir la Españistán de la caspa y la mediocridad, la de la interminable crisis y la sumisión a la banca europea.


[1] "Selección española e impuestos". 19 de julio de 2011.
[2] "Zapatero se reunirá con 30 grandes empresarios el sábado para implicarles en la salida de la crisis". El País, 24 de noviembre de 2010.
[3] "España: La reforma constitucional aprobada sin consenso". Euronews, 2 de septiembre de 2011.
[4] "Rajoy a Merkel: 'How are you, Angela?'". ABC, 26 de enero de 2012.
[5] "Rajoy presume entre sus colegas de que 'la reforma laboral me va a costar una huelga'". Diario Progresista, 30 de enero de 2012.
[6] "Famosos a favor de Europa". El País, 13 de enero de 2005.

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