Ya no se trata de la periferia o la semiperiferia del mundo. Tras los primeros síntomas de movimientos ciudadanos en Israel y Francia, la ciudadanía parece despertar en los Estados Unidos. Hablamos del centro de este mundo globalizado, de este imperio económico cuya capital se llama Wall Street. El movimiento de indignación y protesta de los Estados Unidos va camino a convertirse en una nueva edición del 15M, con la diferencia de que ahora se está produciendo en el país más poderoso del mundo, con lo que esto puede implicar.
El 17 de septiembre comenzó el movimiento Occupy Wall Street cuando jóvenes universitarios se instalaron en las inmediaciones del famoso centro financiero, en el vecino Parque Zuccotti -rebautizado por el movimiento como Liberty Plaza-, para protestar por los abusos del sistema financiero y la complicidad de la clase política americana. La consigna “Estudiantes y trabajadores unidos, tomemos la ciudad” se llenó de sentido cuando los principales sindicatos de la ciudad de Nueva York, TWU (Sindicato de Trabajadores del Transporte) y UAW (Sindicato de la Automoción), se unieron a la protesta. Pronto varias organizaciones sociales de la ciudad engrosaron la lista de indignados por la avaricia de quienes dirigen los mercados.
La respuesta oficial no se hizo esperar. Al igual que en París y, en menor medida, algunas ciudades de España las fuerzas antidisturbios aplicaron violencia extrema para disolver las propuestas de unos ciudadanos que exigen explicaciones a sus gobernantes. Resulta paradójico que la policía neoyorquina emplease gas pimienta contra ciudadanos que desean justicia social, mientras quienes se enriquecen a base de provocar continuos recortes que erosionan el nivel de vida en general -incluyendo el de quienes emplean las porras- continúan especulando ajenos a todo lo que ocurre en la plaza aledaña.
Pero, en un país donde el número de pobres iguala a la población actual de toda España, es difícil que la represión resulte por sí sola disuasoria. Los ciudadanos regresaron a la plaza, fueron invitados por los vecinos de la zona a ocupar sus parcelas, donde la policía no puede hacer nada por echarlos al ser propiedad privada. El número de personas desde entonces se ha ido multiplicando y más ciudades de todo el país han ido copiando el ejemplo.
Desde Liberty Plaza se organizó una marcha protesta por la brutalidad policial que llegaba hasta la jefatura de policía de Nueva York. Desde el propio cuerpo de seguridad ese día, como suceso singular, se notó un cambio de actitud debido a la mala imagen que había supuesto la brutal actuación. En esta ocasión, la policía escoltaba a la manifestación, a cuyos integrantes se les indicaba con amabilidad las zonas por donde debía transcurrir la marcha. Incluso se ha dado el caso de un centenar de agentes de la policía de Nueva York que se han negado a ir trabajar como muestra de solidaridad con el movimiento. Por desgracia, posteriores episodios de violencia policial han continuado produciéndose contra los indignados en muchas ciudades estadounidenses.
La intelectualidad americana progresista se ha unido a la iniciativa. Noam Chomsky, por ejemplo, ha participado activamente en las asambleas organizadas en Liberty Plaza, donde ha denunciado el intolerable poder de las instituciones financieras, la concentración de riqueza en torno a quienes las manejan y la consecuente precarización del resto de la población. Ante tal poder, reclama que la impunidad de quienes mueven los hilos de la economía ha de terminar como condición necesaria para encarrilar a la sociedad a un camino más justo y saludable.
El único modo de conseguirlo pasa por la protesta masiva de la ciudadanía. Con las movilizaciones de las principales plazas de los Estados Unidos, la clase trabajadora ha comenzado a mostrar síntomas de cansancio y hartazgo hacia las instituciones que dominan la vida de la sociedad y la empobrecen, a evolucionar hacia el inconformismo necesario para plantearse el porqué de la situación actual, reclamar que cambie y, sobre todo, a buscar a sus verdaderos causantes, señalarlos y exigirles responsabilidades. Al respecto, no es casualidad que la principal consigna del movimiento sea “somos el 99 por ciento”. Sí, el 99 por ciento que soporta la codicia del restante 1 por ciento.