Este artículo plantea la posibilidad de que el apoyo manifiesto de un número significativo de Marines veteranos a la plataforma Occupy Wall Street, colocándose en primera línea de las protestas, sea síntoma de un cambio de mentalidad en la sociedad norteamericana.
El movimiento Occupy Wall Street sigue creciendo en los Estados Unidos. Ya no es sólo un grupo de población apoyado por los intelectuales y artistas de orientación progresista del país, ahora ha pasado a convertirse en un fenómeno social que bien podría llegar a obtener la masa crítica necesaria para conseguir cambios reales en el sistema.
Si bien el “Yes, we can!” supuso un fiasco, pues evidenció la sumisión de la Casa Blanca a los grandes poderes, fue también un síntoma evidente del hartazgo del grueso de la sociedad americana ante la creciente degradación sufrida ante un país sumido en continuos dispendios militares mientras las clases populares son víctimas de más y más recortes sociales. La instrumentalización de la crisis en todo el globo por parte de unos pocos para justificar una contrarrevolución por parte de los más poderosos -llamados eufemísticamente mercados- ha supuesto una depredación sin precedentes en la historia de los derechos sociales adquiridos por la clase trabajadora tras dos siglos de movimientos sociales.
Estados Unidos, un país donde hablar de políticas de izquierdas está mal visto, ha despertado de un letargo que lleva durando décadas. Fue la propaganda antisoviética de los gobiernos de la segunda mitad del siglo pasado la que propició el éxito del neoliberalismo instaurado por Reagan, pues cualquier opinión en contra supondría ser acusado de comunista o, lo que era lo mismo, antipatriota. Desde hace una década, el enemigo comunista se ha diluido en el arquetipo de un locuaz e inofensivo anciano que vive en Cuba. El nuevo enemigo oficial es ahora el integrista islámico, aunque no se sepa una definición de lo que se trata, y una recóndita organización terrorista que, en ocasiones, parece una caricatura de la malvada Spectra de las primeras películas de James Bond.
El pasado sábado comenzaron a leerse carteles que rezaban: “ésta es la segunda vez que lucho por mi país. Es la primera vez que conozco a mi enemigo”. Es como si una venda comenzase a caer de los ojos de los ciudadanos americanos, quienes de repente se dan cuenta que su principal enemigo habita dentro de sus fronteras. “Yo no luché por Wall Street, luché por América”, declaraba un Marine al ser preguntado por los motivos que le hicieron unirse a las protestas de Nueva York. No es de extrañar tal actitud, pues representa el sentir general de la población, cuyo 72% no considera que el Congreso de los EEUU represente sus intereses. Cuando se pregunta su percepción de los verdaderos representados por tal institución, el 68% señala al gran capital, la Corporate Class[1].
La implicación de los Marines veteranos en las protestas contra Wall Street tiene profundas implicaciones que podrían significar una catarsis en las reglas de juego del país más poderoso del mundo, donde vuelvan a darse las condiciones que llevaron al New Deal tras el crack de 1929 y la desastrosa posterior gestión del presidente Hoover. En su documental Capitalismo, una historia de amor (2009), Michael Moore recuerda los sucesos de Flint, Michigan, cuando cientos de hombres y mujeres ocuparon las fábricas de General Motors en 1936 durante más de un mes como protesta por las penosas condiciones laborales a las que, con la excusa de aquella crisis, estaban sometidos. La policía y los matones de la empresa emplearon la mayor de las contundencias para desalojarlos. Los sangrientos enfrentamientos llevaron al presidente Franklin Delano Roosevelt a pedir la intervención de la Guardia Nacional. Sin embargo ésta no apuntó con sus armas a los manifestantes, sino a la policía y a los matones de la General Motors para que respetasen el derecho de los trabajadores a exigir condiciones más dignas.
Ese mismo espíritu parece contagiarse en los Marines veteranos, paradójicamente uno de los colectivos mejor tratados en la clase trabajadora estadounidense, pues disponen -entre otras prebendas- de sanidad y educación gratuitas. Sin embargo, estos veteranos parecen estar cansados de ser peones de la Corporate Class para defender intereses que les son ajenos. La sangre a cambio de petróleo también ha salpicado al pueblo estadounidense, cuyos soldados muestran su hartazgo ante tanta muerte innecesaria entre sus filas. De ahí que el grupo Veteranos por la Paz lidere este desafío al establishment y se ofrezca a encabezar las manifestaciones en Nueva York o en Washington DC para asegurar el derecho a la reunión pacífica de los ciudadanos, máxime cuando se trata de denunciar que las cosas no funcionan.
Aún es pronto para establecer un juicio de los efectos de la iniciativa de aquellos Marines, pero es un indicador de que incluso parte del ejército comienza a tomar conciencia de clase. Hace unas décadas habrían sido tachados de comunistas, de antiamericanos. Ahora son estos soldados quienes hacen gala de patriotismo al salir a la defensa de los ciudadanos, de sus derechos, algo admirable puesto que precisamente aquélla tendría que ser la principal tarea de las fuerzas del estado.
Una situación así, al menos despierta la esperanza de que la sociedad americana comience por fin a reconocer a la clase del gran capital como antagonista a la clase trabajadora. Resulta que, finalmente, la esperanza no es Obama sino la unión de la ciudadanía. La lucha de clases, aunque siempre ha estado ahí, vuelve a cobrar vigencia. No importa qué nombre se le dé. Tampoco hay que prestar atención a que los términos izquierda o comunismo sigan siendo proscritos en los Estados Unidos. Lo realmente importante es que se reconozca al enemigo, que el pueblo salga a la calle a plantarles cara. La fuerza real del gran capital se basa en la desunión de la clase trabajadora. Cuando ésta se convierte en organización, unión, solidaridad, los gerifaltes de los mercados azuzan a sus capataces, los políticos, para que lancen a las fuerzas del estado contra los ciudadanos, así el miedo los haga de nuevo conformistas, desorganizados.
Como dice Michael Moore en su documental de 2009: "el capitalismo es un mal, y el mal no se puede regular. Hay que erradicarlo, reemplazarlo por algo que sea bueno para todos. Y ese algo se llama Democracia".
Ese mismo espíritu parece contagiarse en los Marines veteranos, paradójicamente uno de los colectivos mejor tratados en la clase trabajadora estadounidense, pues disponen -entre otras prebendas- de sanidad y educación gratuitas. Sin embargo, estos veteranos parecen estar cansados de ser peones de la Corporate Class para defender intereses que les son ajenos. La sangre a cambio de petróleo también ha salpicado al pueblo estadounidense, cuyos soldados muestran su hartazgo ante tanta muerte innecesaria entre sus filas. De ahí que el grupo Veteranos por la Paz lidere este desafío al establishment y se ofrezca a encabezar las manifestaciones en Nueva York o en Washington DC para asegurar el derecho a la reunión pacífica de los ciudadanos, máxime cuando se trata de denunciar que las cosas no funcionan.
Aún es pronto para establecer un juicio de los efectos de la iniciativa de aquellos Marines, pero es un indicador de que incluso parte del ejército comienza a tomar conciencia de clase. Hace unas décadas habrían sido tachados de comunistas, de antiamericanos. Ahora son estos soldados quienes hacen gala de patriotismo al salir a la defensa de los ciudadanos, de sus derechos, algo admirable puesto que precisamente aquélla tendría que ser la principal tarea de las fuerzas del estado.
Una situación así, al menos despierta la esperanza de que la sociedad americana comience por fin a reconocer a la clase del gran capital como antagonista a la clase trabajadora. Resulta que, finalmente, la esperanza no es Obama sino la unión de la ciudadanía. La lucha de clases, aunque siempre ha estado ahí, vuelve a cobrar vigencia. No importa qué nombre se le dé. Tampoco hay que prestar atención a que los términos izquierda o comunismo sigan siendo proscritos en los Estados Unidos. Lo realmente importante es que se reconozca al enemigo, que el pueblo salga a la calle a plantarles cara. La fuerza real del gran capital se basa en la desunión de la clase trabajadora. Cuando ésta se convierte en organización, unión, solidaridad, los gerifaltes de los mercados azuzan a sus capataces, los políticos, para que lancen a las fuerzas del estado contra los ciudadanos, así el miedo los haga de nuevo conformistas, desorganizados.
Como dice Michael Moore en su documental de 2009: "el capitalismo es un mal, y el mal no se puede regular. Hay que erradicarlo, reemplazarlo por algo que sea bueno para todos. Y ese algo se llama Democracia".
Notas:
[1] Vicenç Navarro, "Las movilizaciones prodemocráticas de los países árabes, de EEUU, de Europa y de España", Sistema, 20 de mayo de 2011.