lunes, 7 de mayo de 2012

La extrema Europa

Los grandes triunfadores de las recientes elecciones presidenciales en Francia y Grecia han sido los partidos de ultraderecha. Gracias a efectivos discursos simplistas de corte ultranacionalista y xenófobo, parte de la sociedad comienza a ver a estas agrupaciones como una opción de voto, alternativa al clásico bipartidismo que ha alternado el poder en estos países.

El fantasma del populismo más exacerbado recorre Europa. No es casual el importante apoyo que las fuerzas más reaccionarias han recibido en las recientes elecciones celebradas en Francia y en Grecia. Europa no puede permitirse un retroceso a los años treinta del siglo pasado, época en la que el extremismo condujo al pueblo de todo el continente a la calamidad y el sufrimiento. Sin embargo, hay signos que indican que se camina en tal dirección.

"Levantaos, mostrad respeto al líder" fueron las palabras que pronunciaron los guardaespaldas de Nikos Mijaloliakos, el máximo responsable de la organización Χρυσή Αυγή (Amanecer Dorado), al inicio de la rueda de prensa que éste daría con motivo de los resultados obtenidos por este partido filonazi en las elecciones de mayo de 2012. La negativa a cumplir tal orden implicaba la expulsión de la sala[1].

Mientras tanto, en Francia, un más sutil Front National (Frente Nacional) ha ido atrayendo para sí el voto de una ciudadanía acrítica, descontenta con las políticas de austeridad de Sarkozy, atenazada por las galopantes cifras del paro, que no alcanza a comprender el verdadero origen de los problemas que afectan a Europa.

En ambos casos, el discurso es el mismo. Un discurso con profundas raíces fascistas, que busca el apoyo fácil entre los principales perjudicados por la situación actual, los trabajadores, quienes son convertidos en masa acrítica, moldeable desde proclamas dogmáticas, aparentemente contrarias al sistema que ha llevado a la actual situación de crisis y desempleo.

Sin embargo, todo el discurso se reduce a culpabilizar al sindicalista, al inmigrante, al resto de Europa, para finalmente incluir en un mismo saco a quienes no acaten sus ideas. Patria, nación, tradición son los valores en los que aquellos partidos se apoyan para finalizar afirmando, en el caso de Mijaloliakos, que "ha llegado la hora del miedo para los traidores de la patria"[2].

Este discurso tan peligroso no se limita a estos países. Partidos de ideología filofascista han conseguido escaños en varios parlamentos europeos. Entre la Austria del extremista Jörg Haier al populismo del finlandés Timo Soini, nos encontramos el surgir de la islamofobia del holandés Geert Wilders o la entrada de antiguos nazis al parlamento de Suecia[3].

El fascismo no es más que el rostro populista del capitalismo cuando éste se desprende de la máscara de la democracia representativa, cuando las libertades y derechos arbitrariamente se identifican con obstáculos para regresar a una normalidad identificada con conceptos rancios como la tradición o la raza. Por desgracia, la derecha neoliberal tampoco está exenta de la tentación del populismo cuando acaba utilizando los mismos argumentos xenófobos y nacionalistas para captar votos y simpatizantes. Prueba de ello son los mensajes de Sarkozy en plena campaña electoral referentes a la población extranjera[4] o la vinculación que sistemáticamente realiza el Partido Popular español de la inmigración con el “fraude”, la “delincuencia”, la “baja cualificación” o “el abuso de ayudas”[5].

Son momentos como el actual, cuando la frustración de la sociedad corre el peligro de ser canalizada por emergentes fuerzas populistas que plantean su disconformidad con un sistema del que no desean dejar de formar parte. El fascismo no es más que una aberración del capitalismo y prueba de ello es que aquél no reniega de las estructuras de clase que lo sustentan. Un ejemplo empírico es el respaldo que Hitler recibió por parte de las grandes empresas alemanas o la financiación de un importante banquero español al golpe de estado de Franco a la República Española[6]. El palabras de Bertolt Brecht[7]:
Para mi, el fascismo es una fase histérica del capitalismo, y, por consiguiente, algo muy nuevo y muy viejo. En un país fascista el capitalismo existe solamente como fascismo. Combatirlo es combatir el capitalismo, y bajo su forma más cruda, más insolente, más opresiva, más engañosa. 
Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo -que se conde­na- si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica. 
Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo.
Ahora más que nunca, las fuerzas auténticamente progresistas han de convertirse en la alternativa que canalice la frustración de la sociedad, la vacuna que evite su conversión en masa informe y moldeable por los intereses populistas, ese soplo de inteligencia que conduzcan al pueblo a tomar conciencia de clase, para comprender así que cada recorte, ajuste o pérdida de derechos no es más que un ataque a traición desde la clase antagonista que representan los grandes oligopolios del capital.


[1] "«Levantaos, mostrad respeto al líder»". Público, 7 de mayo de 2012.
[2] Ibid.
[3] "Finlandia confirma el ascenso de la nueva extrema derecha en Europa". Público, 19 de abril de 2011.
[4] "Sarkozy adopta las ideas de la ultraderecha". La Sexta Noticias, 24 de abril de 2012.
[5] "El PP afianza su deriva xenófoba con su ataque a la inmigración". El Plural, 26 de abril de 2012.
[6] "El financiador de Franco". Diario de Mallorca, 10 de marzo de 2012.
[7] Bertolt Brecht (1934): Las cinco dificultades para decir la verdad

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