sábado, 28 de mayo de 2011

¿Y si invitásemos a Rouco Varela a una asamblea en Sol?

El cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, ha realizado su particular análisis sobre las causas del movimiento 15M. Afirma que, en su opinión, los problemas de los jóvenes, más allá de la actual situación económica y política, "tienen que ver con lo más profundo, en su alma, su corazón[...]; a lo mejor es ahí donde están los problemas más serios, de donde hay que partir para resolver los otros problemas”, anteponiendo la resolución de aquéllos a “reformas jurídicas, económicas y sociales”.

Es su opinión. Hay que respetarla. De hecho, este señor se merece el agradecimiento de todos los indignados del país y, por extensión, de Europa por su preocupación, que parece auténtica. Sin embargo, sus palabras demuestran un enorme desconocimiento de la realidad que toca vivir a los ciudadanos, comprensible si tenemos en cuenta que la plana mayor eclesiástica nunca ha estado especialmente cercana a la gente de la calle.

Hablemos, pues, de las necesidades de la sociedad terrenal, la de los ciudadanos anónimos que intentamos a duras penas llevar una vida normal, alejados de las esferas de poder, de la vida política -salvo excepciones puntuales, como cuando nos llaman para las urnas-. Seguramente, el señor Rouco, tan preocupado en las almas de los españoles, no se ha detenido en pensar en sus correspondientes estómagos. Sí, porque de pan también vive el hombre, cada vez más difícil de conseguir para las miles de familias ahogadas por hipotecas, endeudamiento, precariedad laboral o directamente desempleo; por la incesante subida de impuestos indirectos y el precio de los servicios básicos. Por extensión, incluso debiera preocuparse también por el resto del cuerpo, cuya salud es cada vez más difícil de mantener ante las serias amenazas de recortes en la sanidad pública y copagos varios.

Así es, porque a pesar de su encomiable interés por la ciudadanía española, el cardenal Rouco parece no haber recibido el informe que Cáritas Española emitió hace más de un año, que afirma que 8 millones de españoles padecen pobreza, de los que 1 millón y medio viven en situación de pobreza severa.

Alguien tendrá que decirle al señor Rouco que la juventud española desea un futuro, cosa que ahora mismo no ve. La sociedad, en su mayor parte, empieza a darse cuenta de que las personas en quienes depositamos nuestra confianza, nuestro voto, no gobiernan para nosotros. Se han quitado la máscara para mostrarnos el peor de sus rostros, el del autoritarismo, el de su sumisión a los grandes poderes financieros, económicos, industriales. La sociedad desea alcanzar una democracia justa y auténtica, representativa, sostenible y durarera.

Más aún, si el señor Rouco tuviera la oportunidad de desplazarse a Sol (o a cualquier otra plaza española), encontraría a muchísimos ciudadanos dando ejemplo de la democracia que desean alcanzar. Allí podría participar en las asambleas diarias junto a personas de toda clase y condición, porque no se hacen distinciones, podría opinar, de seguro podría aportar su valiosa experiencia de hombre de edad avanzada -tal como hizo Stéphane Hessel-. Con seguridad, Rouco recordaría los estudios clásicos en su época de seminarista y evocaría los valores de la democracia ateniense; sin duda, se emocionaría al saberse partícipe de la ekklesía -la asamblea del pueblo-, raíz etimológica de la institución que representa. Quién sabe si, conmovido ante tal demostración de fraternidad entre ciudadanos, Rouco decidiera seguir la senda de Monseñor Oscar Romero y convertirse en el gran sacerdote abanderado de los derechos humanos del siglo XXI.


Y, por supuesto, bien podría preguntar a las personas allí apostadas por almas a las que enderezar, si es que aún es posible. De seguro que recibiría una inmensa lista: banqueros, políticos, grandes empresarios, especuladores, mossos d'esquadra de porra fácil.

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