domingo, 9 de octubre de 2011

Richard Stallman nos cuenta la razón para salir a la calle el 15 de octubre

Richard Stallman, fundador del movimiento por el software libre, ha publicado un breve mensaje explicando el principal motivo por el que hay que salir a la calle el sábado 15 de octubre:
«La razón para salir el 15 de octubre es restablecer la democracia. El imperio de las empresas globales nos ha impuesto gobiernos de ocupación, sátrapas que obedecen a las empresas, al Imperio y prestan la menor atención posible al pueblo. Tenemos que eliminar el poder político de las empresas para restablecer la democracia.»

martes, 4 de octubre de 2011

La admirable actitud de los Marines veteranos respecto al movimento Occupy Wall Street

Este artículo plantea la posibilidad de que el apoyo manifiesto de un número significativo de Marines veteranos a la plataforma Occupy Wall Street, colocándose en primera línea de las protestas, sea síntoma de un cambio de mentalidad en la sociedad norteamericana.

El movimiento Occupy Wall Street sigue creciendo en los Estados Unidos. Ya no es sólo un grupo de población apoyado por los intelectuales y artistas de orientación progresista del país, ahora ha pasado a convertirse en un fenómeno social que bien podría llegar a obtener la masa crítica necesaria para conseguir cambios reales en el sistema.

Si bien el “Yes, we can!” supuso un fiasco, pues evidenció la sumisión de la Casa Blanca a los grandes poderes, fue también un síntoma evidente del hartazgo del grueso de la sociedad americana ante la creciente degradación sufrida ante un país sumido en continuos dispendios militares mientras las clases populares son víctimas de más y más recortes sociales. La instrumentalización de la crisis en todo el globo por parte de unos pocos para justificar una contrarrevolución por parte de los más poderosos -llamados eufemísticamente mercados- ha supuesto una depredación sin precedentes en la historia de los derechos sociales adquiridos por la clase trabajadora tras dos siglos de movimientos sociales.

Estados Unidos, un país donde hablar de políticas de izquierdas está mal visto, ha despertado de un letargo que lleva durando décadas. Fue la propaganda antisoviética de los gobiernos de la segunda mitad del siglo pasado la que propició el éxito del neoliberalismo instaurado por Reagan, pues cualquier opinión en contra supondría ser acusado de comunista o, lo que era lo mismo, antipatriota. Desde hace una década, el enemigo comunista se ha diluido en el arquetipo de un locuaz e inofensivo anciano que vive en Cuba. El nuevo enemigo oficial es ahora el integrista islámico, aunque no se sepa una definición de lo que se trata, y una recóndita organización terrorista que, en ocasiones, parece una caricatura de la malvada Spectra de las primeras películas de James Bond.

El pasado sábado comenzaron a leerse carteles que rezaban: “ésta es la segunda vez que lucho por mi país. Es la primera vez que conozco a mi enemigo”. Es como si una venda comenzase a caer de los ojos de los ciudadanos americanos, quienes de repente se dan cuenta que su principal enemigo habita dentro de sus fronteras. “Yo no luché por Wall Street, luché por América”, declaraba un Marine al ser preguntado por los motivos que le hicieron unirse a las protestas de Nueva York. No es de extrañar tal actitud, pues representa el sentir general de la población, cuyo 72% no considera que el Congreso de los EEUU represente sus intereses. Cuando se pregunta su percepción de los verdaderos representados por tal institución, el 68% señala al gran capital, la Corporate Class[1].

La implicación de los Marines veteranos en las protestas contra Wall Street tiene profundas implicaciones que podrían significar una catarsis en las reglas de juego del país más poderoso del mundo, donde vuelvan a darse las condiciones que llevaron al New Deal tras el crack de 1929 y la desastrosa posterior gestión del presidente Hoover. En su documental Capitalismo, una historia de amor (2009), Michael Moore recuerda los sucesos de Flint, Michigan, cuando cientos de hombres y mujeres ocuparon las fábricas de General Motors en 1936 durante más de un mes como protesta por las penosas condiciones laborales a las que, con la excusa de aquella crisis, estaban sometidos. La policía y los matones de la empresa emplearon la mayor de las contundencias para desalojarlos. Los sangrientos enfrentamientos llevaron al presidente Franklin Delano Roosevelt a pedir la intervención de la Guardia Nacional. Sin embargo ésta no apuntó con sus armas a los manifestantes, sino a la policía y a los matones de la General Motors para que respetasen el derecho de los trabajadores a exigir condiciones más dignas.

Ese mismo espíritu parece contagiarse en los Marines veteranos, paradójicamente uno de los colectivos mejor tratados en la clase trabajadora estadounidense, pues disponen -entre otras prebendas- de sanidad y educación gratuitas. Sin embargo, estos veteranos parecen estar cansados de ser peones de la Corporate Class para defender intereses que les son ajenos. La sangre a cambio de petróleo también ha salpicado al pueblo estadounidense, cuyos soldados muestran su hartazgo ante tanta muerte innecesaria entre sus filas. De ahí que el grupo Veteranos por la Paz lidere este desafío al establishment y se ofrezca a encabezar las manifestaciones en Nueva York o en Washington DC para asegurar el derecho a la reunión pacífica de los ciudadanos, máxime cuando se trata de denunciar que las cosas no funcionan.

Aún es pronto para establecer un juicio de los efectos de la iniciativa de aquellos Marines, pero es un indicador de que incluso parte del ejército comienza a tomar conciencia de clase. Hace unas décadas habrían sido tachados de comunistas, de antiamericanos. Ahora son estos soldados quienes hacen gala de patriotismo al salir a la defensa de los ciudadanos, de sus derechos, algo admirable puesto que precisamente aquélla tendría que ser la principal tarea de las fuerzas del estado.

Una situación así, al menos despierta la esperanza de que la sociedad americana comience por fin a reconocer a la clase del gran capital como antagonista a la clase trabajadora. Resulta que, finalmente, la esperanza no es Obama sino la unión de la ciudadanía. La lucha de clases, aunque siempre ha estado ahí, vuelve a cobrar vigencia. No importa qué nombre se le dé. Tampoco hay que prestar atención a que los términos izquierda o comunismo sigan siendo proscritos en los Estados Unidos. Lo realmente importante es que se reconozca al enemigo, que el pueblo salga a la calle a plantarles cara. La fuerza real del gran capital se basa en la desunión de la clase trabajadora. Cuando ésta se convierte en organización, unión, solidaridad, los gerifaltes de los mercados azuzan a sus capataces, los políticos, para que lancen a las fuerzas del estado contra los ciudadanos, así el miedo los haga de nuevo conformistas, desorganizados.

Como dice Michael Moore en su documental de 2009: "el capitalismo es un mal, y el mal no se puede regular. Hay que erradicarlo, reemplazarlo por algo que sea bueno para todos. Y ese algo se llama Democracia".



Notas:
[1] Vicenç Navarro, "Las movilizaciones prodemocráticas de los países árabes, de EEUU, de Europa y de España", Sistema, 20 de mayo de 2011.

sábado, 1 de octubre de 2011

Somos el 99 por ciento

Ya no se trata de la periferia o la semiperiferia del mundo. Tras los primeros síntomas de movimientos ciudadanos en Israel y Francia, la ciudadanía parece despertar en los Estados Unidos. Hablamos del centro de este mundo globalizado, de este imperio económico cuya capital se llama Wall Street. El movimiento de indignación y protesta de los Estados Unidos va camino a convertirse en una nueva edición del 15M, con la diferencia de que ahora se está produciendo en el país más poderoso del mundo, con lo que esto puede implicar.

El 17 de septiembre comenzó el movimiento Occupy Wall Street cuando jóvenes universitarios se instalaron en las inmediaciones del famoso centro financiero, en el vecino Parque Zuccotti -rebautizado por el movimiento como Liberty Plaza-, para protestar por los abusos del sistema financiero y la complicidad de la clase política americana. La consigna “Estudiantes y trabajadores unidos, tomemos la ciudad” se llenó de sentido cuando los principales sindicatos de la ciudad de Nueva York, TWU (Sindicato de Trabajadores del Transporte) y UAW (Sindicato de la Automoción), se unieron a la protesta. Pronto varias organizaciones sociales de la ciudad engrosaron la lista de indignados por la avaricia de quienes dirigen los mercados.

La respuesta oficial no se hizo esperar. Al igual que en París y, en menor medida, algunas ciudades de España las fuerzas antidisturbios aplicaron violencia extrema para disolver las propuestas de unos ciudadanos que exigen explicaciones a sus gobernantes. Resulta paradójico que la policía neoyorquina emplease gas pimienta contra ciudadanos que desean justicia social, mientras quienes se enriquecen a base de provocar continuos recortes que erosionan el nivel de vida en general -incluyendo el de quienes emplean las porras- continúan especulando ajenos a todo lo que ocurre en la plaza aledaña.

Pero, en un país donde el número de pobres iguala a la población actual de toda España, es difícil que la represión resulte por sí sola disuasoria. Los ciudadanos regresaron a la plaza, fueron invitados por los vecinos de la zona a ocupar sus parcelas, donde la policía no puede hacer nada por echarlos al ser propiedad privada. El número de personas desde entonces se ha ido multiplicando y más ciudades de todo el país han ido copiando el ejemplo.

Desde Liberty Plaza se organizó una marcha protesta por la brutalidad policial que llegaba hasta la jefatura de policía de Nueva York. Desde el propio cuerpo de seguridad ese día, como suceso singular, se notó un cambio de actitud debido a la mala imagen que había supuesto la brutal actuación. En esta ocasión, la policía escoltaba a la manifestación, a cuyos integrantes se les indicaba con amabilidad las zonas por donde debía transcurrir la marcha. Incluso se ha dado el caso de un centenar de agentes de la policía de Nueva York que se han negado a ir trabajar como muestra de solidaridad con el movimiento. Por desgracia, posteriores episodios de violencia policial han continuado produciéndose contra los indignados en muchas ciudades estadounidenses.

La intelectualidad americana progresista se ha unido a la iniciativa. Noam Chomsky, por ejemplo, ha participado activamente en las asambleas organizadas en Liberty Plaza, donde ha denunciado el intolerable poder de las instituciones financieras, la concentración de riqueza en torno a quienes las manejan y la consecuente precarización del resto de la población. Ante tal poder, reclama que la impunidad de quienes mueven los hilos de la economía ha de terminar como condición necesaria para encarrilar a la sociedad a un camino más justo y saludable.

El único modo de conseguirlo pasa por la protesta masiva de la ciudadanía. Con las movilizaciones de las principales plazas de los Estados Unidos, la clase trabajadora ha comenzado a mostrar síntomas de cansancio y hartazgo hacia las instituciones que dominan la vida de la sociedad y la empobrecen, a evolucionar hacia el inconformismo necesario para plantearse el porqué de la situación actual, reclamar que cambie y, sobre todo, a buscar a sus verdaderos causantes, señalarlos y exigirles responsabilidades. Al respecto, no es casualidad que la principal consigna del movimiento sea “somos el 99 por ciento”. Sí, el 99 por ciento que soporta la codicia del restante 1 por ciento.