Ésta es la traducción al castellano de la carta que, en una magistral lección de dignidad, envía un joven indignado a Felip Puig, Conseller de Interior de la Generalitat de Catalunya:
Felip Puig: No puedo comer sólidos, no puedo dormir por prescripción médica, no puedo dar besos a las personas que quiero, no puedo jugar al fútbol en dos meses, no puedo celebrar la victoria del Barça y tengo a mi madre con ataques nerviosos. Mañana iré al médico para saber si he perdido audición, ya que el viernes tenía tanta sangre que los médicos no lo podían ver del todo. Esta noche he vuelto a soñar con la escena del impacto de bola de goma. Me ha vuelto a invadir el mismo miedo -¡e incompresión!- que sentí cuando recuperé el sentido tras desplomarme en el suelo. En aquel momento no era capaz de imaginar lo que había sucedido, pues yo estaba muy lejos del lugar donde se repartían los golpes de porra. Sólo sangraba sin parar por el oído -¡duró 5 horas!-. Tenía la vista nublada, no reconocía a mi mejor amiga, tenía las manos frías y los sentidos no me respondían. Todas estas tortuosas imágenes se repiten insistentemente en mi cabeza, y si usted las ordenó es porque es incapaz de imaginar nada parecido. Créame.
En un vídeo de internet he encontrado una imagen del mozo que me disparó. Mire del segundo 1:25 al segundo 1:30 de este vídeo.
Yo no soy el chico despavorido que sale en las imágenes y al que dispara el agente. Yo soy un joven que había mucho más allá, tranquilamente instalado en un núcleo pacífico y conversando amigablemente con una compañera cuando ésta bala perdida, probablemente después de rebotar en el suelo, se incrustó en mi oreja. La amiga en cuestión y otros testigos, evidentemente, irán hasta el final conmigo en la denuncia que pienso interponer.
Felip Puig si le interesa mi caso puede pedir el parte médico en el Hospital del Mar o ponerse en contacto conmigo, seguro que esto no le será difícil. Sin embargo, la verdad: dudo que lo haga y todavía no entiendo como soy tan iluso como para enviarle este mensaje. En definitiva, pienso luchar por esta causa hasta donde sea necesario y denunciaré mi caso hasta que:
1 .- El Mosso sea identificado y retirado del Servicio por disparar a un ciudadano sin mirar quién está detrás.
2 .- Los Mossos d'Esquadra dejen de utilizar estas bolas de goma que ya han matado a gente y han volado muchos ojos.
3 .- Renuncie al cargo por ordenar esta masacre.
Más indignado que nunca le pide la dimisión un conciudadano herido.
El cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, ha realizado su particular análisis sobre las causas del movimiento 15M. Afirma que, en su opinión, los problemas de los jóvenes, más allá de la actual situación económica y política, "tienen que ver con lo más profundo, en su alma, su corazón[...]; a lo mejor es ahí donde están los problemas más serios, de donde hay que partir para resolver los otros problemas”, anteponiendo la resolución de aquéllos a “reformas jurídicas, económicas y sociales”.
Es su opinión. Hay que respetarla. De hecho, este señor se merece el agradecimiento de todos los indignados del país y, por extensión, de Europa por su preocupación, que parece auténtica. Sin embargo, sus palabras demuestran un enorme desconocimiento de la realidad que toca vivir a los ciudadanos, comprensible si tenemos en cuenta que la plana mayor eclesiástica nunca ha estado especialmente cercana a la gente de la calle.
Hablemos, pues, de las necesidades de la sociedad terrenal, la de los ciudadanos anónimos que intentamos a duras penas llevar una vida normal, alejados de las esferas de poder, de la vida política -salvo excepciones puntuales, como cuando nos llaman para las urnas-. Seguramente, el señor Rouco, tan preocupado en las almas de los españoles, no se ha detenido en pensar en sus correspondientes estómagos. Sí, porque de pan también vive el hombre, cada vez más difícil de conseguir para las miles de familias ahogadas por hipotecas, endeudamiento, precariedad laboral o directamente desempleo; por la incesante subida de impuestos indirectos y el precio de los servicios básicos. Por extensión, incluso debiera preocuparse también por el resto del cuerpo, cuya salud es cada vez más difícil de mantener ante las serias amenazas de recortes en la sanidad pública y copagos varios.
Así es, porque a pesar de su encomiable interés por la ciudadanía española, el cardenal Rouco parece no haber recibido el informe que Cáritas Española emitió hace más de un año, que afirma que 8 millones de españoles padecen pobreza, de los que 1 millón y medio viven en situación de pobreza severa.
Alguien tendrá que decirle al señor Rouco que la juventud española desea un futuro, cosa que ahora mismo no ve. La sociedad, en su mayor parte, empieza a darse cuenta de que las personas en quienes depositamos nuestra confianza, nuestro voto, no gobiernan para nosotros. Se han quitado la máscara para mostrarnos el peor de sus rostros, el del autoritarismo, el de su sumisión a los grandes poderes financieros, económicos, industriales. La sociedad desea alcanzar una democracia justa y auténtica, representativa, sostenible y durarera.
Más aún, si el señor Rouco tuviera la oportunidad de desplazarse a Sol (o a cualquier otra plaza española), encontraría a muchísimos ciudadanos dando ejemplo de la democracia que desean alcanzar. Allí podría participar en las asambleas diarias junto a personas de toda clase y condición, porque no se hacen distinciones, podría opinar, de seguro podría aportar su valiosa experiencia de hombre de edad avanzada -tal como hizo Stéphane Hessel-. Con seguridad, Rouco recordaría los estudios clásicos en su época de seminarista y evocaría los valores de la democracia ateniense; sin duda, se emocionaría al saberse partícipe de la ekklesía -la asamblea del pueblo-, raíz etimológica de la institución que representa. Quién sabe si, conmovido ante tal demostración de fraternidad entre ciudadanos, Rouco decidiera seguir la senda de Monseñor Oscar Romero y convertirse en el gran sacerdote abanderado de los derechos humanos del siglo XXI.
Y, por supuesto, bien podría preguntar a las personas allí apostadas por almas a las que enderezar, si es que aún es posible. De seguro que recibiría una inmensa lista: banqueros, políticos, grandes empresarios, especuladores, mossos d'esquadra de porra fácil.
Hoy, 27 de mayo de 2011, es un día negro para la historia de la democracia, donde esta foto lo resume todo.
La indignación de los ciudadanos por fin ha obtenido respuesta. Por desgracia, la respuesta esperada y temida por muchos: palos y más palos.
Hasta este día, plazas de todo el Estado han sido ocupadas pacíficamente por jóvenes, y no tan jóvenes, con una actitud modélica, cívica, donde propios y extraños han destacado el ejemplo de convivencia demostrado por esta heterogénea mezcla de personas con un objetivo común. Personas indignadas con los grandes poderes que, como modo pacífico de protesta, decidieron acampar en aquellos lugares, siempre bajo la consigna del respeto mutuo y la perfecta conservación de los lugares que ocupaban.
Hoy, con la excusa de llevar a cabo una limpieza en la Plaza de Catalunya (y de la posible celebración en aquel lugar por una eventual victoria futbolera del Barça), se ha producido un brutal desalojo ilegal del lugar, donde la violencia ha estallado, uniformada, bien pertrechada, con la clara consigna de asentar un precedente que amilane y disuada a todo aquel que, tan siquiera, se plantee rechistar contra sus amos, los poderosos que decidieron que a los ciudadanos se nos acabó la época de protección y justicia social.
Resulta estremecedor ver las imágenes de las decenas de vídeos donde se repiten una y otra vez escenas de violencia desproporcionada hacia ciudadanos indefensos, armados tan sólo con su férrea convicción de que un mundo mejor es posible[1].
No podemos desanimarnos ni asustarnos con esto que ha ocurrido y puede volver a ocurrir. Esta violencia gratuita no ha hecho más que despertar la solidaridad entre los ciudadanos de todo el mundo. Incluso voces desde el sector de las fuerzas de seguridad muestran su disconformidad con estas acciones de los Mossos d'Esquadra, como la Unión de Oficiales de la Guardia Civil (UO) , quienes dudan de la legalidad del desalojo. Actitud loable por su parte, pues demuestra que la mayor parte de los agentes del orden de este país se sienten parte de la ciudadanía, que comprenden que entre aquellas personas maltratadas pueden estar sus hijos, hermanos, amigos...
Los ciudadanos no podemos consentir este atropello ni los que están por llegar. Hemos de pedir responsabilidades a nuestros gobernantes, exigir a quienes le corresponda que actúen de oficio para denunciar y actuar en contra de estos individuos sedientos de sangre y, sobre todo, contra quienes les ordenan tales acciones.
Estos actos cobardes de abuso de autoridad han de ser fotografiados, filmados, denunciados. No podemos permitir que la historia se repita. Sumémosnos a las iniciativas para pedir la dimisión inmediata de los responsables políticos de tales desmanes[2], salgamos a la calle a apoyar a los conciudadanos afectados. Si queremos una democracia auténtica, no nos queda otra.