sábado, 31 de diciembre de 2011

Falacia: "el poder corrompe"

El poder corrompe” es una falacia ampliamente aceptada por la población y profusamente repetida por los medios que, enfocada en el poder político, socava la confianza en quienes ejercen la política y los cimientos de la propia democracia, pues justifica y humaniza a quienes tienen actitudes de abuso de poder.

Que el poder corrompe es un tópico profundamente enraizado en el saber popular. Lo aceptamos como un hecho sin más, como una especie de maldición que pervierte la moral del poderoso como consecuencia de haber alcanzado su particular condición de privilegio. Nos encontramos ante un argumento ad populum, cuya validez se basa en la aceptación por parte de mucha gente de que el poder inevitablemente conduce a la corrupción, lo que implica cierta actitud transigente con lo que tendría que ser intolerable.

Normalmente el concepto de poder se focaliza en el ámbito político. En este contexto, la afirmación de que el poder corrompe es especialmente venenosa hacia los principios más básicos de la democracia, puesto que estamos humanizando al cargo público corrupto e implícitamente disculpamos a quien saca provecho propio de su posición de poder.

Hemos asumido que una élite con acceso al poder puede ser corrupta por el simple hecho de gobernar; es decir, negamos tácitamente la posibilidad de que ciertas personas puedan haber decidido acceder al poder para lucro propio, y además nos convencemos de que el poder es tan malo que las ha corrompido. Por tanto, hemos exonerado al corrupto, ya que éste pasa a ser visto como inevitable víctima del poder.

Así, la ética de quien ostenta un cargo de poder pasa a un último plano que ni siquiera se plantea entre la ciudadanía. Éste es el único modo en que se puede explicar que cargos políticos con imputaciones por corrupción vuelvan a ser votados en sucesivas elecciones. Quien vota a quien sabe corrupto, ¿acaso no es en cierto modo cómplice de los latrocinios cometidos por aquél?

Es por tanto necesario realizar un ejercicio de autocrítica: ¿cuántas veces hemos oído decir aquello de “hay que comprender que si yo tuviera un puesto importante también intentaría beneficiarme de aquél”? Es una frase que mezcla la frustración hacia un colectivo en el que se ha dejado de confiar y la picaresca patria de la que, desgraciadamente, tanto alardeamos. A quienes realizar tales afirmaciones habría que preguntarles si piensan que realmente ellos tienen posibilidad de gobernar o acceder a algún cargo de responsabilidad? Justificamos el fraude del pez gordo por si, en algún hipotético día, llegamos a ser poderosos podamos llevarnos nuestro trozo del pastel.

La visión de la corrupción como actitud generalizada entre la casta política no es sólo falsa, sino que conviene a los verdaderamente corruptos, al generalizar artificialmente su conducta. Hay muchos más políticos honrados que corruptos, si no directamente podremos afirmar que no vivimos en nada que se parezca siquiera a una democracia. Sólo que de los primeros no se habla, mientras incluso se ensalza desde algunos medios la "habilidad" de los segundos para no ser encausados. De este modo, la corrupción y la disculpa de aquélla por parte de muchos ciudadanos -y medios de comunicación- denota un importante déficit democrático que además socava la credibilidad de los políticos y a la democracia en sí misma. Cada vez es más acusado el desplazamiento de la casta política, en cuanto a poder real, por grandes empresarios y banqueros; hecho del que el pueblo apenas se inmuta. No vale decir “políticos corruptos”, lo que es necesario es tener el valor de identificar a quienes verdaderamente lo son y exigirles responsabilidades hasta las últimas consecuencias.

Como es de sospechar, el ejercicio de señalar a los corruptos no es sencillo. Hay presiones, compromisos, lealtades y demás obstáculos por sortear. La principal herramienta para ello es la transparencia, que ha demostrado su eficiencia en los países donde más escrupulosamente se aplica. El caso de Finlandia es el paradigma de la lucha contra la corrupción gracias a su política de transparencia total[1], hecho reconocido desde organismos internacionales[2]. En el caso de España la transparencia es una quimera que habitualmente entra en conflicto con el derecho a la privacidad, confundiéndose deliberadamente lo privado con lo íntimo. Transparencia significa transparencia total. Si no se conocen las rentas, los bienes, las relaciones interesadas -empresarios, grupos de poder- de los cargos elegibles, se está dejando la puerta abierta a la corrupción.

Queda, por supuesto, la responsabilidad del ciudadano, del votante, de exigir a sus representantes honestidad, ética, uso responsable de su cargo de poder. Para ello, ha de fomentarse la democracia participativa, la adecuación de las leyes de iniciativa popular para evitar que democracia se reduzca al ejercicio de depositar el voto en la urna. Pero, incluso antes de todo aquello, el ciudadano ha de ser consciente de su particular situación de eslabón más débil de la cadena, de que existe una lucha real de clases, donde en estos momentos la clase dominante va venciendo por goleada, y que el único modo de revertir la situación pasa por despertar la conciencia de que las actitudes egoístas e hipócritas que justifican la corrupción debilitan lo público y fortalecen a aquellos otros poderes que no son elegibles. Así, la ciudadanía ha de ser crítica y escéptica ante cantos de sirena de quienes prometen jauja, pero no explican lo que harán cuando gobiernen y con quienes.


[1] "Así lucha Finlandia contra la corrupción (y no lo hace España)". 4/11/2010.

domingo, 25 de diciembre de 2011

¡Feliz Solsticio de Invierno!

El solsticio de invierno no es más que el día del año en el que tiene lugar la noche más larga para, a continuación durante los próximos seis meses, producirse el alargamiento de la duración del día. La celebración de este acontecimiento lleva produciéndose desde tiempos inmemoriales, sustituida en la cultura cristiana por la Navidad desde el año 350, cuando el papa Julio I decide que el 25 de diciembre sea la fecha del nacimiento de Jesucristo.

En primer lugar, es obligado afirmar que es difícil hablar de felicidad en una época como la que nos está tocando vivir, donde los derechos que la ciudadanía consideraba inamovibles han demostrado ser meras concesiones que fueron útiles a las élites gobernantes durante unas décadas, que ahora sin embargo han pasado a ser accesorias.

Independientemente del contexto económico, histórico o cultural, estas fechas han sido de motivo celebración para la mayoría de las civilizaciones. Han bastado unos mínimos conocimientos de astronomía para que la humanidad descubriese el patrón estacional de la duración de los días y las noches. Ya el monumento de Stonehenge, construido sobre el 2500 a.e.c., tenía entre sus funciones la identificación de los solsticios. El solsticio de invierno señala el final del acortamiento de los días, un anuncio de que durante los próximos 6 meses la duración de aquéllos se prolongará, lo que brindará un creciente número de horas de luz, necesaria para las civilizaciones más antiguas cuya iluminación se reducía a antorchas y hogueras. También significaba, sin embargo, el inicio del invierno, los meses de la hambruna, por lo que se procedía al sacrificio de animales que de otro modo habría que alimentar con los escasos recursos disponibles en aquella estación.

Cada civilización integraba el solsticio de invierno con sus costumbres religiosas, así en Roma se celebraba el Dies Natalis Solis Invicti, el Día del Nacimiento del Sol Inconquistado, un festival que llegaba a su apogeo el 25 de diciembre, coincidente con el solsticio de invierno según el calendario juliano. Entre el 17 y 23 de diciembre se celebraban las Saturnales, fiestas que coincidían con la finalización de la fermentación del vino, donde se sucedían banquetes, diversiones e intercambios de regalos. Los hogares romanos se decoraban especialmente para la fecha, a los esclavos se les permitían ciertas licencias, incluso la posibilidad de ser servidos -sólo durante esos días- por sus amos. La razón de esta celebración vino con motivo de la dura derrota romana frente a los cartagineses en la Batalla del Lago Trasimeno (217 a.e.c.). Así se evocaba al dios Saturno, dios protector de siembras y cosechas, representante de la edad de oro de la mitológica griega -Saturno es el dios equivalente a Cronos- en la que los hombres vivían felices, sin separaciones sociales.

El ascenso del cristianismo a religión dominante en Roma le llevó a la apropiación de muchas costumbres paganas. El día del nacimiento del Sol no sería menos. En 350 el papa Julio I haría coincidir aquella fecha con la del nacimiento de Jesús de Nazaret, aunque no hubiere ningún registro documental que mencionase tal día. Esta operación de marketing premedieval permitió asociar directamente al dios cristiano con el Sol, lo que facilitaría la inevitable absorción del paganismo por el cristianismo.

Por tanto, la Misa del Gallo no es más que la conmemoración del solsticio de invierno, mientras que -paradojas de la vida- la celebración de la Navidad no es más que la degeneración de un rito romano que recordaba que los hombres podemos ser iguales, reducido en nuestros días a un irritante culto al consumismo.

Si hay algo positivo en la Navidad es que, una vez estudiados sus orígenes, nos sirve para recordar que los precursores de nuestra civilización moderna celebraban unos días en honor a la igualdad entre los seres humanos. Las economías de Grecia y Roma se sustentaban en la mano de obra esclava, de ahí la diferenciación entre las clases de los hombres libres y los esclavos. Hoy en día, aunque hayamos superado el esclavismo como motor de la economía, sigue teniendo lugar una lucha entre clases que se agudiza según el neoliberalismo va imponiendo  su doctrina. Los trabajadores podemos, por tanto, celebrar las fechas navideñas sin necesidad de connotaciones religiosas, unos días en los que podamos especialmente recordar -al igual que hacían los esclavos en Roma- que alcanzar la Edad de Oro de la humanidad no sólo es posible, sino un objetivo por el que todo ciudadano debería luchar.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Diccionario de la Crisis: mercado

mercado.
(Del lat. mercātus).
~s. 
1. m. pl. Ente impersonal utilizado como excusa por gobiernos de corte neoliberal para el desmontaje de las conquistas sociales y derechos conseguidos en épocas anteriores por las clases populares. Los mercados requieren nuevos sacrificios.
2. m. pl. Prestamistas de los que dependen los gobiernos, fuertemente endeudados a consecuencia de bajar los impuestos a los grandes capitales y avalar a bancos en apuros en vez de nacionalizarlos o dejarlos que quiebren.
3. m. pl. Agentes financieros que especulan con la deuda pública de un estado.
4. m. pl. Banca financiera, agentes que manejan fondos de inversión y fondos soberanos (de Estados productores de petróleo o con grandes reservas de divisas), además de especuladores de toda ralea.*
~ transatlántico.
1. m. Etapa de la construcción de un nuevo bloque político transatlántico, de la formación de una nueva forma de Estado común a dos continentes. Esta nueva formación política bajo dirección estadounidense tiene el objetivo de imponer nuevas relaciones de propiedad, a saber, poner los datos personales a disposición de las instituciones públicas y de las empresas privadas.**
libre ~.
1. m. Eufemismo que presupone la competitividad libre, justa e igualitaria en mercados no regulados, restando importancia a la realidad del dominio del mercado por parte de monopolios y oligopolios dependientes de los rescates estatales masivos en tiempos de crisis capitalista. Libre alude específicamente a la ausencia de normativas públicas e intervención del Estado que defiendan la seguridad laboral, así como la protección de los consumidores y el medio ambiente. En otras palabras, el término "libertad" enmascara la desvergonzada destrucción del orden ciudadano por parte de los capitalistas privados a través del ejercicio desbocado del poder político y económico.***
2. m. Eufemismo para aludir al gobierno absoluto de los capitalistas sobre los derechos y los medios de vida de millones de ciudadanos; en esencia, la auténtica negación de la libertad.***



Notas:
[*] Definición sugerida en la revista Temas para el Debate, febrero de 2011, cit. en La Europa Opaca de las Finanzas.
[**] Definición de Jean-Claude Paye en "Una nueva organización política: el gran mercado transatlántico", 2 de enero de 2009.
[***] Definiciones de James Petras en "Política del lenguaje". Rebelión, 25 de mayo de 2012.