Un gran número de peregrinos ha recorrido miles de kilómetros, en muchos casos tras realizar duras marchas a pie desde todos los puntos de la geografía española, para reunirse todos un mismo día, portando un mensaje de fraternidad e ilusión para toda la sociedad. Una señal de que algo puede estar cambiando en la ciudadanía, contaminada hasta hace poco por los pecados del inmovilismo, la desidia, el silencio ante la evidente imperfección del mundo en el que vivimos y de este sistema al que llamamos democracia.
El pasado 23 de julio -y durante todo ese fin de semana- miles de ciudadanos se congregaron en Madrid recibidos por carteles que rezaban "Bienvenida Dignidad". Sol volvía a ser Sol, pero esta vez había reunido a indignados de toda España, incluso a algunos venidos del resto de Europa. Las asambleas volvieron a ser la lección de democracia que necesita nuestra sociedad, donde se realizaron debates con respeto, ausentes de personalismos, en los que se trataban temas de actualidad, como el Pacto del Euro, las pensiones o el futuro mismo del movimiento ciudadano del 15M.
Algunos medios de comunicación se habían apresurado en enterrar al movimiento 15M. En realidad llevaban jugando a ser oráculos desde el 16 de mayo, cuando vaticinaban que para el 22, el día de las elecciones, todo aquello se habría desinflado. La refutación más sutil quizás se encontraba en la actitud de los propios medios, quienes el mismo 23 de julio dedicaban páginas a este fenómeno social, tras haberlo ninguneado en sus primeros días.
La torpeza de aquellos que querían enterrar al movimiento del 15M no es más que el reflejo de su miopía, su servilismo al poder neoliberal, causante principal de los problemas que sufren los ciudadanos. Los indignados no alcanzaron su estado de descontento por capricho, sino a consecuencia, entre otros motivos, de la degradación del estado del bienestar, de los recortes en los servicios públicos, de la creciente polarización de las rentas entre los ricos y los ciudadanos de a pie. Son demasiadas agresiones para no esperar una reacción por parte de una ciudadanía que dejó de estar adormecida por el "pan y circo" y comenzó a hacerse preguntas, a dejar de creer en las verdades institucionales, a plantearse soluciones alternativas. Lo que realmente identifica al movimiento 15M es el hartazgo hacia tantos abusos y vejaciones contra la ciudadanía, realizadas éstas con el único propósito de beneficiar a unos cuantos poderosos que se ocultan tras la máscara de los mercados, un nuevo eufemismo para referirse a los señores del capitalismo más salvaje. Así, si mañana el término indignación se degrada, por arte y gracia de la maquinaria de la propaganda del neoliberalismo, ésta será sustituido por otra palabra con el que se identifiquen los ciudadanos, quienes se reorganizarán para mantener su lucha por la justicia social mientras las cosas no cambien a mejor.
Los miles de ciudadanos que se han concentrado en Madrid en pleno verano no lo han hecho por encontrar penitencias a sus pecados, sentir el éxtasis espiritual a través dogma de la fe o ver en directo a su estrella mediática favorita. Han ido a la capital del país para señalar a los culpables del infierno que se avecina a la clase trabajadora si esto no cambia, a exigirles medidas justas para el beneficio de la mayoría en un ejercicio de democracia participativa y auténtica.
Por todo eso, el pasado 15 de agosto el movimiento cumplió 3 meses de existencia con las mismas energías del principio; así los intelectuales muestran cada vez con menos recelos sus apoyos al 15M, los políticos hacen guiños -algunos emponzoñados- a sus propuestas, ahora el movimiento tiene repercusión mediática, incluso comienza a asustar en las más altas esferas, cosa que se comprueba al ver el ridículo y desproporcionado desalojo de Sol, cuando ni era necesario ni había motivos para ello, más que el prejuicio de los de siempre.
Pero entre los indignados están muchos de los que forman parte de la denominada "generación más preparada de la historia de este país", la misma que a duras penas encuentra empleo o está sometida a unas condiciones tan precarias que sólo pueden provocar un sano resentimiento, el que lleva a pensar en la injusticia que es tener una carrera y apenas superar el sueldo mínimo. Ya no basta con fútbol o Gran Hermano. Muchos de los que forman esta generación se han hartado, no se dejan engatusar por cantos de sirena de políticos que sólo pretenden votos, ni por engaños de otros que tan sólo quieren confundirlos, ni por las continuas provocaciones de infiltrados y violentos que pretenden con sus malas artes deslegitimar el movimiento ciudadano y dar excusa a ciertas facciones del espectro político para justificar el uso de cargas policiales contra una ciudadanía pacífica y bien organizada.
Mientras, la ilusión sigue intacta, la indignación se afianza como elemento aglutinador de esa necesidad de cambiar nuestra democracia a mejor. Las cosas no pueden ir mal mientras tantos ciudadanos pongamos de nuestra parte, cosa que se demostrará en la próxima cita, que será en octubre.
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