Cuando Ana Botella decide hacer apología del amalgama ideológico que representa el Partido Popular, demuestra una vez más su imprudencia y falta de sensibilidad ante una ciudadanía que sigue sufriendo las consecuencias de las decisiones políticas de su partido. Poco puede presumir de "progreso" un partido político gestado durante los últimos estertores del franquismo, cuyo fundador -ministro de la dictadura- fuese unos de los protagonistas de una transición de baja intensidad, cuyos defectos se reflejan aún hoy en demasiadas facetas de la vida política y social en España. Aún menos puede presumir de "liberalismo" un partido político que sostiene que la gestión de los servicios fundamentales se delegue a entidades privadas pero, cuando éstas fracasen en el cumplimiento de sus compromisos, sea el erario público quien les dé soporte con el dinero de todos. O lo que es peor aún, un partido plagado de gente que entiende lo público como instrumento para beneficio personal. ¿Es acaso beneficiosa para la humanidad una ideología que fomenta recortes salariales, retrasos en la edad de jubilación, reformas laborales para lucro exclusivo de la patronal, que criminaliza la protesta y la libertad de expresión?
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