Con la implantación de la televisión digital terrestre llegó un aluvión de cadenas de televisión con un denominador común: una línea editorial claramente ultraconservadora cuya programación parecía casi exclusivamente orientada a mantener campañas de acoso y derribo contra el gobierno de Zapatero y, en general, contra cualquier cosa que les pudiera sonar a izquierdas. La virulencia de sus tertulianos contra el partido del gobierno evocaba para muchos las maneras de Sarah Palin, y su Tea Party, hacia el presidente Obama, por lo que este grupo de canales pasó a conocerse como el TDT Party.
Días después de la derrota electoral del PSOE en las elecciones autonómicas y municipales del 22M, comienzan a publicarse noticias sobre el desmoronamiento de estas cadenas, al parecer, por motivos de viabilidad económica. A la sorpresa que la noticia ha supuesto para la mayoría se le suma el alivio de pensar que la etapa de mayor acritud en los medios de comunicación españoles puede estar a punto de terminar.
Sin embargo, es difícil aceptar que el fin de estas cadenas, ya sea por desaparición o reconversión, se deba a motivos meramente monetarios ya que, visto el panorama político actual y previsible para los siguientes años, más bien parece que éstas ya cumplieron con el fin -de finalidad- para las que fueron creadas y ahora, simplemente, su formato ya no es necesario o, en todo caso, ya no interesa.
Tomando como modelo el politizado Telemadrid de Aguirre, las cadenas Veo, LibertaDigital, Intereconomía, La10 y otras similares surgen a partir del apoyo económico de un empresariado español muy localizado, con grandes intereses en la implantación de políticas neoliberales en el país y claramente ligado al espectro ideológico más conservador. Recordemos el eslógan de Intereconomía: "Porque somos de derechas".
Sus programas estrella consisten invariablemente en tertulias dedicadas a destripar todo lo que sus participantes no consideren dentro de su esfera ideológica. Su modus operandi se reduce a utilizar el insulto fácil (como aquella vez en que llamaron "zorra" a una consejera de la Generalitat), las acusaciones sin pruebas (como vincular sistemáticamente el movimiento 15M con Kale Borroka), continuos argumentos sin base y, sobre todo, repetir las mismas consignas a modo de eslóganes goebelsianos para que se conviertan en verdades implantadas en los subconscientes de los espectadores.
El adoctrinamiento fundamental de todas esas tertulias ha sido que la izquierda es mala; por tanto el PSOE, a quienes interesadamente identifican con la izquierda, es malo. Claro está que los conceptos de izquierdas o derechas que manejan están totalmente tergiversados, puesto que, si a políticas económicas se refiriesen, no encontraríamos demasiadas diferencias entre el neoliberalismo practicado por Zapatero y el que nos imaginamos que aplicaría Rajoy. Sin embargo, en la calle ha calado hondo la cantinela de que la "izquierda" no sirve para crear empleo, que lleva al país a la ruína y otras tantas lindezas sin fundamento que, en realidad, son todas consecuencias directas de la aplicación de agresivas políticas neoliberales en los últimos lustros.
Hay que reconocer, por tanto, que estas cadenas han cumplido su función, demostrado sobre todo tras las elecciones municipales del 22M, al haber movilizado el voto de la derecha a favor del PP y, en cierto modo, desmotivado el voto hacia el PSOE en mucha gente de ideología centrista. De este hecho podemos pensar que el mantenimiento de una línea editorial tan agresiva, tan "somos de derechas", no es atractiva para el posible votante de centro, quien podría desplazar su elección hacia el partido de Rosa Díez. Recordemos que, en un claro guiño a aquel sector del electorado, el eslógan del PP en las municipales era "Centrados".
En el mundo de los negocios la lógica es clara: cuando algo o alguien ha cumplido su función, deja de ser necesario y no se va a seguir financiando. Pero es que, además, la supuesta caída del TDT Party puede guardar un efecto colateral que, bien manejado, puede dañar a Rubalcaba. Si hacemos algo de memoria, recordaremos que el reparto inicial de licencias de TDT fue bastante criticado, al ser La Sexta la principal beneficiada en todo el proceso. Con objeto de evitar acusaciones de tratos de favor, el gobierno socialista tuvo que ceder a la concesión de más canales, la mayoría ocupados por televisiones del sector mediático más conservador. Indudablemente, esta torpeza estratégica debilitaría, sin duda, la hegemonía de PRISA, aliado tradicional del PSOE.
La distribución de la señal TDT en el estado español es algo distinta a la de otros países del entorno, en los cuales se lleva a cabo a través de varios operadores de satélite -como Astra o Eutelsat-, puesto que se realiza esencialmente a base de repetidores terrestres gestionados por la compañía privada Abertis. Los costes de este modo de operación son muy altos, por lo que a las cadenas de TDT les supone grandes inversiones mantenerse en emisión. La reciente reordenación del espectro de la televisión terrestre, a partir de la aplicación de una directiva europea que paulatinamente afectará a todas las emisoras, está siendo utilizada por Intereconomía como arma contra el gobierno, al sugerir que éste está detrás de todo, señalando implícitamente a Rubalcaba como artífice del supuesto complot.
Aún queda otro motivo por el que el TDT Party parece condenado a su final, al menos en el formato que ahora conocemos. Sencillamente, se ha alimentado a un monstruo radical con la capacidad de atacar a gobiernos. No es de extrañar que desde el propio PP se haya considerado que, en una previsible legislatura, cualquier muestra de tibieza por su parte fuera motivo de sufrir ataques desde los tertulianos más ultraconservadores.
No es nuevo que en españa los medios de comunicación estén politizados, de hecho siempre ha existido un reparto de influencias respecto a los dos partidos mayoritarios. No obstante, el TDT Party ha supuesto un nivel de insulto, crispación y demagogia jamás visto. Los ciudadanos no podemos seguir consintiendo la existencia de tales prácticas. Los tertulianos de estas cadenas amparan sus manipulaciones en su derecho a la libertad de expresión, pero hemos de exigirles que no sea a costa de nuestro derecho a la libertad de pensamiento. En la actualidad no podemos evitar que la prensa en su inmensa mayoría esté controlada por grandes grupos mediáticos de tendencias neoliberales, pero al menos podemos exigir el cumplimiento de una ética periodística, dentro de la información veraz, sin manipulación, por el interés general. La llave está en nuestra mano: hasta entonces podemos apagar los televisores.