Quizás sea ahora el momento de que la sociedad española demuestre la madurez que se le presupone y se plantee un debate abierto, sin miedos, odios ni rencores sobre dos realidades que últimamente llevan chocando en demasiadas ocasiones: el fantasma del terrorismo y el derecho a la libertad de expresión. El terrorismo es, sin duda, una lacra sufrida por nuestra sociedad que ha de ser condenada sin paliativos en todas sus variantes. No obstante, es triste observar cómo el derecho a la libertad de expresión queda ahogado ante un exceso de celo por parte de ciertos protagonistas de nuestro ecosistema social. El problema de la redacción de leyes contra el "enaltecimiento del terrorismo" y la "humillación a las víctimas" es que no delimitan claramente las fronteras de lo que puede ser y lo que no. El caso del cantante César Strawberry es icónico al respecto, pues su detención por opinar en las limitadas líneas que ofrece Twitter refleja ese exceso de celo que, por supuesto, de ningún modo supone quitar de nuestras calles a un tipo peligroso que amenace nuestras vidas. La Historia nos recuerda que detener a personas simplemente por opinar nos puede conducir a ese Gran Hermano cuya novelística Policía del Pensamiento censure y castigue a quien no sea políticamente correcto, sobre todo cuando la incorrección se llega a identificar con el terrorismo. Desgraciadamente, el hambre, la miseria, la desigualdad -formas de terrorismo económico- no entran en el lenguaje de lo incorrecto, así que no hay noticias de que sus culpables vayan a ser detenidos.
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