Los recientes suicidios acontecidos por motivo de la crisis destapan no sólo una terrible estadística silenciada hasta ahora por los medios, según la cual tres suicidios diarios en España lo son por causas económicas, sino la sensación de que España se encuentra más cercana a la Grecia de la desesperación y la miseria de lo que muchos creían.
Algo no funciona en la Europa mediterránea, la misma que se jacta de moderna y civilizada, cuando un creciente número de sus ciudadanos deciden acabar bruscamente con sus vidas. Noticias como el reciente suicidio de dos personas[1][2], ahogadas por las deudas, suponen la incómoda toma de conciencia para la sociedad española de que la realidad griega se encuentra cada vez más cercana.
Ya no se trata de la excepción representada por aquel estado de la Europa septentrional, descrito por los grandes medios de comunicación como desorganizado, corrupto o derrochador[3], que se ve obligado a rendir cuentas por sus desmanes. La insistencia de los gobernantes en que "España no es Grecia"[4] queda cada día que pasa más en entredicho ante un panorama salpicado por el posible rescate, los disturbios en las calles, la precariedad de los servicios públicos y, ahora, los suicidios. Quizás España aún no sea Grecia, pero hay demasiadas evidencias de que está siguiendo su mismo camino.
Los recientes casos de suicidio no pueden quedar en el sensacionalismo, en el resplandor mediático de noticia por un día, sino que han de servir para destapar una realidad que lleva castigando a la ciudadanía desde hace demasiado tiempo. Al igual que los casos de suicidios a causa de la crisis en Grecia se ejemplifican con aquel farmacéutico jubilado que decidió quitarse la vida frente al Parlamento[5], los suicidios de españoles por la misma causa evocarán, por mucho tiempo, a los casos de Granada y Las Palmas los cuales, sin embargo, no son los primeros. Esta crisis lleva cobradas ya demasiadas vidas anónimas, como se constató en el reciente Congreso Nacional de Psiquiatría, celebrado en Bilbao, donde se reveló que uno de cada tres suicidios vienen originados por problemas económicos[6]. El promedio de suicidios en España asciende a nueve al día lo que corresponde, por tanto, a tres suicidios diarios por causas relacionadas con la crisis.
Es necesario que surja, de una vez por todas, un debate en la sociedad acerca de la realidad que afecta a la ciudadanía, sobre la conveniencia de un sistema que antepone los intereses de las élites financieras y empresariales al bienestar de la población. Si las personas son algo más que cifras y números con los que completar estadísticas, entonces es que algo falla. En otro caso, los tres fallecimientos diarios a causa de la crisis no son suicidios, sino muertes inducidas por un sistema desalmado.
La cuestión de los desahucios es tan sólo la punta de un iceberg que condena a miseria y precariedad a gran parte de la ciudadanía, cada vez más indefensa. Por eso da vergüenza ajena ver a todólogos y tertulianos neoliberales darse golpes de pecho reclamando la dación en pago, desde sus torres de marfil televisivas, una vez que la opinión pública reclama explicaciones acerca de los recientes suicidios. Por supuesto que es necesario que se adapte la Ley Hipotecaria a la situación actual -como se ha hecho en otros estados del entorno-, para así paliar el drama de los desahucios, pero centrarse exclusivamente en ese asunto es olvidar la raíz del problema.
Los ciudadanos de España, al igual que los de Grecia, Portugal o Italia, están condenados a vivir bajo la dictadura de la deuda y el control del déficit, convertidos en excusas perfectas para imponer políticas de austeridad, consistentes en minimizar el gasto público en la propia ciudadanía, mientras el Estado sigue siendo avalista de los desmanes de una banca irresponsable y especuladora. La ciudadanía tendría que preguntarse los motivos por los que, a pesar de pagar cada vez más impuestos -tanto directos como indirectos-, recibe menos servicios a cambio; tendría que cuestionarse asimismo por qué se está produciendo tal descarado trasvase de las rentas del trabajo hacia las del capital o por qué las desigualdades entre ricos y no ricos son cada vez mayores. Sin duda, la tasa de muertes por suicidio crecerán en España a medida que crezca la desesperanza y la impotencia entre la ciudadanía, un terrible signo de identidad de los tiempos venideros.
Es necesario que surja, de una vez por todas, un debate en la sociedad acerca de la realidad que afecta a la ciudadanía, sobre la conveniencia de un sistema que antepone los intereses de las élites financieras y empresariales al bienestar de la población. Si las personas son algo más que cifras y números con los que completar estadísticas, entonces es que algo falla. En otro caso, los tres fallecimientos diarios a causa de la crisis no son suicidios, sino muertes inducidas por un sistema desalmado.
La cuestión de los desahucios es tan sólo la punta de un iceberg que condena a miseria y precariedad a gran parte de la ciudadanía, cada vez más indefensa. Por eso da vergüenza ajena ver a todólogos y tertulianos neoliberales darse golpes de pecho reclamando la dación en pago, desde sus torres de marfil televisivas, una vez que la opinión pública reclama explicaciones acerca de los recientes suicidios. Por supuesto que es necesario que se adapte la Ley Hipotecaria a la situación actual -como se ha hecho en otros estados del entorno-, para así paliar el drama de los desahucios, pero centrarse exclusivamente en ese asunto es olvidar la raíz del problema.
Los ciudadanos de España, al igual que los de Grecia, Portugal o Italia, están condenados a vivir bajo la dictadura de la deuda y el control del déficit, convertidos en excusas perfectas para imponer políticas de austeridad, consistentes en minimizar el gasto público en la propia ciudadanía, mientras el Estado sigue siendo avalista de los desmanes de una banca irresponsable y especuladora. La ciudadanía tendría que preguntarse los motivos por los que, a pesar de pagar cada vez más impuestos -tanto directos como indirectos-, recibe menos servicios a cambio; tendría que cuestionarse asimismo por qué se está produciendo tal descarado trasvase de las rentas del trabajo hacia las del capital o por qué las desigualdades entre ricos y no ricos son cada vez mayores. Sin duda, la tasa de muertes por suicidio crecerán en España a medida que crezca la desesperanza y la impotencia entre la ciudadanía, un terrible signo de identidad de los tiempos venideros.
[1] "Se suicida por desahucio un joven en Las Palmas de Gran Canaria". Noticias Gran Canaria, 25 de octubre de 2012.
[2] "Trágico suceso en La Chana: un hombre de 54 años se quita la vida poco antes de ser desahuciado". Radio Granada, 25 de octubre de 2012.
[3] "Grecia derrocha dinero público en cortinas de 27.700 euros y con la fuga de 37.000 millones en impuestos". Te Interesa, 18 de octubre de 2011.
[4] "El PP advierte que "España no es Grecia"". Europa Press, 7 de abril de 2012.
[5] "Un jubilado griego se suicida ante el Parlamento por dificultades económicas". La Vanguardia, 4 de abril de 2012.
[6] "Nueve personas se suicidan cada día en España; tres por culpa de la crisis". El Correo, 26 de octubre de 2012.
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