Unos días después de los trágicos atentados de Oslo y Utoeya siguen llegando noticias acerca del asesino confeso, Anders Behring Breivik, y múltiples conjeturas sobre sus móviles, personalidad, ideología. Sin embargo, los medios de comunicación parecen centrarse demasiado en el asesino cuando lo realmente importante es la posibilidad de que tuviese algún tipo de cobertura.
La tesis oficial, defendida por su abogado y el propio asesino, es que Breivik es un perturbado que actuó solo, aprovechándose de la candidez de unas fuerzas de seguridad de un estado poco acostumbrado a la violencia terrorista. Ciertamente la lentitud de la policía en actuar, la indisponibilidad de medios para acceder a la isla de Utoeya son síntomas de esa falta de preparación ante este tipo de incidentes.
Breivik se autodefine de extrema derecha, xenófobo, antimusulmán, a lo que la prensa noruega añade el calificativo de integrista cristiano. En cualquier caso, su ideología quedó perfectamente plasmada en el manifiesto de 1518 páginas, titulado 2083: declaración de independencia europea, que publicó poco antes de realizar las masacres. Ahí criticaba abiertamente al multiculturalismo de las sociedades modernas, al marxismo, a la igualdad de la mujer, a los inmigrantes...
La interpretación de algunos psicólogos que han podido acceder al manifiesto es que nos encontramos ante un psicópata. En realidad, una acción tan terrible, cuyos planes explica al detalle en el documento, no puede ser cometida más que por un perturbado mental. Resulta estremecedor imaginarse a una persona asesinando y rematando a sangre fría, sin inmutarse, capaz de generar una situación dantesca que, también, plantea muchos interrogantes.
En primer lugar, surge la cuestión de la bomba. Parece ser que la elaboró a partir de fertilizantes químicos, que adquirió legalmente. Aunque algunos medios indican que la policía fue alertada inicialmente por la compra, parece ser que ésta desechó profundizar en la investigación al ser Breivik un tipo, por entonces, sin antecentes. Por otro lado, la cantidad de fertilizante que adquirió parece estar dentro de lo normal en el mercado agrícola noruego. De hecho, él regentaba una pequeña compañía agrícola llamada Breivik Geofarm. Sin embargo, por una parte, Breivik no tenía formación militar, como para conocer de antemano la fabricación de explosivos y, por otra, es dudoso que la infraestructura necesaria para aquello pudiera ser soportada por una sola persona. Podríamos aceptar que el asesino fuera, además, un aplicado autodidacta; que las pruebas que realizó de las bombas en una explotación agrícola junto al río Glomma fueran un éxito y no levantaran sospecha. Sin embargo, para un solo hombre sin ningún tipo de apoyo, todo parece demasiado perfecto para que, al menos, no levantase sospecha.
Otra cuestión es la munición utilizada. Para maximizar los daños, el asesino utilizó balas expansivas, las cuales están prohibidas incluso en las guerras. Su uso queda restringido para la caza mayor, fundamentalmente del jabalí. La primera pregunta que nos hacemos es cómo pudo hacerse con, al menos, un centenar de balas sin levantar sospechas. Aunque parece que Breivik disponía de licencia de caza, la cantidad de munición que utilizó parece excesiva para ser adquirida en una armería sin que nadie hiciera preguntas.
La cuestión de la cobertura que pudo tener Breivik parte de sus propias palabras. Él afirma la existencia de dos células más afines a su ideología en Noruega y varias más repartidas por Europa. Su abogado, Geir Lippestad, quita importancia a aquellas afirmaciones, apoyándose en la locura de su defendido, al afirmar que "su visión de la realidad es rara y es difícil de explicar". En cualquier caso, la actitud del letrado de restar importancia al asunto resulta ciertamente irresponsable, pues la simple sospecha de la existencia de células afines a los métodos de Breivik tendría que implicar un profundo proceso de investigación por las autoridades de toda Europa. En todo caso, Breivik demuestra un profundo interés por la política Europea, de la que realiza un repaso en su manifiesto. Por ejemplo, acusa a Zapatero de "rendirse a los musulmanes" o critica a la ministra española de defensa por su embarazo durante el ejercicio de su cargo; asimismo justifica sus crímenes por la necesidad de "salvar a Noruega y a Europa occidental de los musulmanes y del marxismo cultural".
Existan o no esas células de las que Breivik habla, los ciudadanos europeos vemos el progresivo resurgir de partidos políticos de extrema derecha que, día a día, se aprovechan del declive del estado del bienestar para ganar adeptos entre los desheredados de las clases medias a base de demagogia y señalar a los más desfavorecidos, acusándolos injustamente de la situación actual. Esto empieza a parecerse, aunque sea tangencialmente, a la Europa de los años 30 del siglo pasado. La Europa actual no puede permitirse caer en la trampa de la intolerancia, el extremismo. No se puede predicar desde los medios que ya no hay ni izquierdas ni derechas, para luego emitir programas donde tertulianos propagan ideas lesivas al estado del bienestar, pinceladas de odio e irreflexión instaladas en el extremismo, dosis de apología a las ideas que nos llevaron a una guerra civil en España o a una posterior guerra mundial.
Los ciudadanos europeos no podemos quedarnos de brazos cruzados ante el peligro de que nuevos atentados surjan a raíz de la intolerancia fomentada por unos pocos. Incluso, aceptando el hecho de que Breivik no tuviese cobertura de terceros, ¿qué influencia puede llegar a tener en un perturbado los vigentes discursos ultraconservadores? Es el momento de exigir a los medios de comunicación mayor rigor que nunca en sus informaciones, mesura en sus opiniones aún respetando su línea ideológica. Y a los gobiernos, tolerancia cero hacia esta posible amenaza venidera y, por supuesto, hacia quienes la fomenten.
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