El año 2014 no presenta un rostro demasiado amigable para la mayoría de los españoles. No es descabellado afirmar que quienes dependen de un sueldo -o aspiran a ello-, quienes sobreviven con un pequeño negocio que apenas da para pagar facturas, las personas honradas que cumplen con sus obligaciones fiscales, las que no recurren a sobres ni pagas en "B", la gente decente en general, no pueden esperar un buen año.
No es cuestión de ejercer de pájaro de mal agüero sino de realizar un ejercicio de comprensión de la realidad tal como está siendo diseñada por los grandes poderes económicos: el Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y EEUU, la Pacto Fiscal Europeo, la nueva ley de seguridad ciudadana, recortes en los servicios públicos, congelaciones y reducciones de salarios, nuevas reformas laborales, retrasos en la edad de jubilación, otro cambio en la Constitución que establezca para 2020 el techo de la deuda pública.
Tan sólo hay que leer las pequeñas píldoras que se van colando a través de los medios de comunicación, la mayoría casi en silencio, que evocan una escena tan típica en esta época del año -para quien se lo pueda permitir-, como la del marisco vivo que repentinamente fallece en un agua cuya temperatura rompe a hervir sin apenas darle tiempo a reacción. La ciudadanía se encuentra ahora nadando en aguas cálidas, anhelando y esperando tiempos mejores, ignorante de que la temperatura sube peligrosamente.
Nos encontramos ante la mayor amenaza de retrocesos de la Historia, una ruptura unilateral de los pactos sociales que se gestaron durante los últimos dos siglos. De seguir la hoja de ruta trazada por los grandes poderes, los estados occidentales abandonarán finalmente su papel de asegurar los derechos mínimos a la población, convirtiéndose en simples garantes de los privilegios de unos pocos.
El objetivo final de los tratados, pactos y leyes que los grandes poderes imponen a nuestras espaldas es la liquidación de los servicios públicos y las pensiones, la destrucción de cualquier atisbo de soberanía de los ciudadanos, la sumisión de gobiernos y administraciones a reediciones de la troika que incluyan también los intereses norteamericanos, la condena a la ciudadanía a la semi-esclavitud laboral, la represión de la protesta ciudadana, ya sea en las calles, ya sea en la Red.
Mientras sigamos escuchando a quienes llevan a sus hijos a
colegios y universidades privadas, a quienes hacen uso de clínicas de
pago, a quienes no entienden cómo vivimos la mayoría del pueblo, porque
-por mucho que digan- no son como nosotros, estaremos derrotados sin
lucha, presos en la trampa de la sumisión, falazmente esperanzados en una reedición
de unos años excepcionales que jamás volverán.
2014 puede ser un paso más en ese retroceso al medievo del siglo XXI o el punto de inflexión en el que una ciudadanía cada vez más politizada decida tomar las riendas de su destino. Es hora de que los pueblos se organicen para encontrar puntos comunes, de plantar cara a los grandes poderes, señalar sus pies de barro -pues su fortaleza está en nuestra sumisión- y decirles ¡basta!