Cuando a estas alturas un cargo público como el comisionado para la marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, va diciendo que "es bueno que los niños no sepan quién fue Franco" da que pensar que, o bien desconoce aquello de que quien no conoce su propia historia está condenado a repetirla, o bien lo conoce a la perfección y está deseando que ésta se repita. En todo caso, ya está bien de que gente que gozó de posiciones privilegiadas durante el franquismo -o sus descendientes- venga a decirnos lo que han de saber o no nuestros hijos. Franco representa el pasado que nos avergüenza, símbolo del golpismo y la sedición, su figura es sinónimo de un retraso de más de cuatro décadas, de una oligarquía que aún impera en estas tierras, de un Estado territorialmente fracturado y, sobre todo, de mucho dolor. Porque mientras quede una sola persona enterrada en alguna cuneta, mientras no se recupere su memoria, se les reconozca su papel de héroes y patriotas, mientras no se haga justicia contra torturadores y criminales de Estado, así se depuren responsabilidades caiga quien caiga, lo más lúgubre de la historia del siglo XX en España seguirá latente.
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