Hubo una época en la que Venezuela formaba parte del patio trasero de los Estados Unidos y sus cómplices. Los beneficios de sus riquezas naturales iban directamente a las manos de las grandes oligarquías nacionales e internacionales, mientras el pueblo mudo se hundía en la miseria. La Revolución Bolivariana significó, ante todo, un profundo cambio en las reglas del juego que llevó al empoderamiento de aquella clase social empobrecida, "los nadie", que por vez primera podía aspirar a una vida digna. Tal osadía jamás sería perdonada por los grandes poderes, estuviesen éstos en Caracas, Washington, Miami o Madrid. El pecado de haber defendido y hecho suya una revolución -aún con sus imperfecciones-, de reclamar para sí un mínimo de las riquezas nacionales, conlleva para el pueblo la penitencia de sufrir ataques desde los sectores más reaccionarios de Venezuela, gentuza que no duda en manchar sus manos de sangre con tal de desestabilizar un Estado soberano en manos de su pueblo. Es el estigma de este valiente pueblo que se resiste a regresar al oscuro pasado, al que los grandes poderes y sus voceros de los grandes medios jamás darán descanso, pero que sin embargo resiste.
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