El chiste es casi inevitable. Que Mariano Rajoy, presidente del país de financiaciones ilegales, de los Bárcenas y los ERE, de pelotazos varios, burbujas y aeropuertos fantasmas, negocie en China la posible implantación de Alibaba en España, nos hace pensar que los cuarenta ladrones del cuento de Las mil y una noches serán de aportación nacional ("Usted traiga Alibaba a España que de los cuarenta ladrones ya nos encargamos nosotros"). Chascarrillos aparte, lo cierto es que no resulta tranquilizador que el modelo de negocio chino, habida cuenta de las paupérrimas condiciones que reserva a sus trabajadores, sea importado a España.
El Gobierno de España, el de las raíces vigorosas, parece que ya no tiene de qué preocuparse. Ya sabemos que los problemas laborales del país se resuelven a través de pantallas de plasma, cuando no encomendándose a la Virgen del Rocío. Sin embargo, aún así, hubiera sido interesante que nuestra ministra de Trabajo hubiera acudido a la recién celebrada reunión europea sobre el desempleo juvenil. Que, aunque para nuestros gobernantes un 53,8% de tasa de desempleo no sea motivo para ello, Alemania sí que ha asistido, a pesar de tener sólo un 7,8%.
El mismo día en el que Julio Anguita opina sobre Pedro Sánchez, a quien ve como poco más que "un producto de marketing" que dice "vulgaridades", el líder socialista hace todo lo posible por darle la razón. El mismo secretario general del partido en cuyo renovado logotipo ya no se menciona lo de "obrero", aprovecha un encuentro con la clase empresarial para prometerles que jamás pactará con Podemos (nótese que, sin embargo, nunca ha descartado aliarse con el Partido Popular). A ver si entera de una vez que, por mucho que le moleste que se hable de casta política, mientras mantenga la misma sumisión a los grandes poderes, a los pilares del régimen del 78 -del que su propio partido forma parte-, mientras no tenga un programa que vaya más allá de la mucha cosmética electoralista, ningún partido con sensibilidad obrera querrá pactar con él.
Mariano Rajoy vuelve a dar la cara, vía pantalla de plasma y en diferido, para dar su opinión sobre los resultados del reciente referéndum realizado en Escocia. El presidente español no dudó en recordar "las graves consecuencias, sociales, institucionales y políticas que habría supuesto su separación", repitiendo la amenaza sutilmente utilizada por el establishment británico para -hablemos claro- meter miedo al votante indeciso y principal motivo del "no" resultante. Sin embargo, cuando Rajoy confiesa que en su entorno están "muy felices de que Escocia siga estando con nosotros", olvida que en el Reino Unido al menos han dejado al pueblo decidir en las urnas.
Parece que Pedro Sánchez piensa que la máxima de Julio Anguita, "¡programa, programa, programa!", consiste en aparecer en Sálvame, El Hormiguero y Viajando con Chester. Nada de proyecto político ni ambición de cambio que pudieran ser fieles a las siglas de socialista y obrero. Parece que este PSOE, sin norte ni más rumbo que la subalternalidad al moribundo régimen del 78, ha apostado su futuro en la estrategia de arañar votos a base de exhibir a su nuevo secretario general en programas de entretenimiento y telebasura: ¡programas, programas, programas!
En un nuevo intento de apuntalar al régimen del 78, los partidos afines -PP, PSOE y UPyD- se unen para impedir un referéndum sobre monarquía o república. Su miedo a los aires de cambio reclamados por la ciudadanía les lleva a una esquizofrénica negación de la realidad, a una huida hacia delante que podría llevar incluso a un pacto entre los dos grandes partidos. Llama especialmente la atención la actitud de un PSOE condenado a la pasokización, que desoye a sus bases y militantes, que se limita a ser socialista de nombre, republicano a la hora de captar electores despistados y monárquico cuando se trata de votar propuestas de referéndum.
La derecha neoliberal española adora a Margaret Thatcher, no en vano ella fue quien aceleró el desmontaje del Estado del bienestar en Europa, promovió la desregularización del sector financiero, la flexibilización del mercado laboral, la privatización de empresas públicas y la reducción del poder de los sindicatos. Un peón del Gran Capital convertida en enemiga de la clase trabajadora a la que no dudó en reprimir duramente en las calles, a cuyos hijos enviaría a una guerra colonial contra Argentina, mientras apoyaba con ahínco a su admirado dictador Pinochet. Thatcher fue quien trazó el camino de la Tercera Vía que luego inspirase a Blairs, Zapateros y Hollandes, quien destruyó la dignidad de la clase trabajadora al negar su existencia -reduciéndolos a chavs en el imaginario colectivo-, quien aupó al imperialismo norteamericano -junto a Reagan y Wojtyła- como hegemón mundial, quien apoyó el régimen racista de Sudáfrica mientras repetía al mundo que el segregacionismo sudafricano era bueno para Occidente. Será por tales logros por los que, Botella, Aguirre y compañía han decidido nombrar una céntrica plaza de Madrid en memoria de la Dama de Hierro.
El Gobierno del Partido Popular ha tirado la toalla en su proyecto de reforma de la ley del aborto. No se trata de un gesto de buena voluntad por parte del Ejecutivo ni que, de repente, los ultraconservadores se hayan vuelto progresistas. Han sido las movilizaciones y la presión social, especialmente de los movimientos feministas, y el rechazo de una importante mayoría a convertir en delito un ejercicio de libertad de la mujer los factores que han frenado las retrógradas ideas del ministro Gallardón. De momento, en esta cuestión, las aguas vuelven a su cauce pero no podemos olvidar que la lección de todo esto es que la salud democrática necesita del pueblo en las calles.
Entre tanta pleitesía póstuma al que fuese el hombre más poderoso del país, el genial dibujante JR Mora sacude nuestras conciencias recordándonos que "un infarto recordó al banquero que tenía corazón". Bisnieto, nieto, hijo, hermano y padre de banqueros, y amigo de la casta, la trayectoria de Emilio Botín ha marcado sin duda el destino de este país, incluyendo el de muchas familias desahuciadas, a quienes nadie lloró por su desgracia.
Cada día es más difícil creer en esta Europa, trasmutada de los pueblos a los mercados, de las libertades a lo políticamente correcto. Un continente en manos de los grandes poderes económicos que no permite disidentes, que crea sufrimiento a propios y extraños, ya sea a base de austeridad o de apoyar golpes de estado. Un gigante con pies de barro que vende su alma al mismo diablo que la espía, más preocupada por los intereses de sus corporaciones que los de sus ciudadanos. Una Europa donde la libertad de expresión se respeta mientras no se diga nada que puede resultar incómodo.
Por todo eso apenas bastaron 50 segundos de críticas hacia las políticas intervencionistas de los Estados Unidos para que Pablo Iglesias fuese interrumpido en su intervención en la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento Europeo:
Antes, cuando mi compañero de grupo, Javier Couso,intervenía y definía la actitud de la UE como la de haber apoyado un golpe de estado, un miembro de esta comisión le llamaba español estalinista. Para no caldear los ánimos diré que no tengo la más mínima simpatía ni por Stalin ni por el señor Putin ni por el señor Yanukovich. Pero, ¿qué quieren que les diga?
La Unión Europea apoyó un desplazamiento de poder ilegal en Ucrania y apoyó un Gobierno que tiene en su seno a miembros de un partido neonazi. Esto no juzga la opinión de quien lo dice, éstos son hechos.
No es nada extraordinario en la política exterior que se apoyen golpes de estado. Como ustedes saben, uno de nuestros principales aliados, los EEUU llevan apoyando golpes de estados desde la teoría del dominó, pasando por la Doctrina Truman, la diplomacia de Kissinger o los casos recientes de Honduras o Egipto...
Se puede criticar a Cuba, a Venezuela, incluso a la poderosa China, pero los EEUU parecen ser intocables, no vaya a ser que el gigante norteamericano se enfade con su subalterno. A eso sólo se le puede llamar censura.