Si fuésemos mal pensados, conspiranoicos o quizás algunos de los elaborados personajes de las novelas de Umberto Eco, seguramente diríamos que la supuesta pifia del Gobierno de España no era tal, sino una evidencia de que Adolfo Suárez realmente falleció el 19 de marzo y no el 23. Así se explicaría la increíble coincidencia con el día después de la mayor movilización por los derechos fundamentales registrada en Madrid. En todo caso, hay que reconocer que nunca una defunción fue tan oportuna ni mediatizada para tapar los éxitos de organización y las reclamaciones de tantas personas, donde las pancartas y carteles de la dignidad del 22M fueron desplazados por banderas a media asta y los periódicos prefirieron hablar del mito de la transición modélica que de la realidad de la lucha de clases en España. No obstante, quizás sea más lógico pensar que todo ha sido más fruto de la casualidad que de la pericia conspirativa del Gobierno que en su día situó el accidente de tren de Santiago en la lejana China.
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