Un pueblo sin memoria está condenado a repetir su pasado. Motivo suficiente para no olvidar la figura de Julián Grimau, enésimo mártir de un franquismo que siguió matando a opositores políticos hasta sus últimos días. Torturado sin piedad para luego ser condenado a muerte por un Consejo de Guerra que, a priori, ya había decidido su destino, Grimau fue víctima de la sed de sangre de un Gobierno ilegítimo y revanchista empeñado en dejar todo "atado y bien atado" para tiempos venideros. Manuel Fraga, el más tarde fundador del partido actualmente en el Gobierno, firmaría la sentencia de muerte de Grimau en calidad de ministro de Información y Turismo, justificándose en "un dossier espeluznante de crímenes y atrocidades cometidas personalmente por este caballerete". Mentiras para apaciguar a una opinión pública internacional que cada vez entendía menos la razón de ser de una dictadura en Europa. |
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