Es hora de aceptar que el fútbol impregna el tuétano de una gran parte de los españoles. Por mucho que nos disguste que muchos prefieran manifestarse por el mantenimiento de categoría de su club que contra los recortes, hay que tomarlo como algo ilustrativo, un toque de atención contra cualquier tentación de demonizar este deporte de masas y a sus hinchas. Al menos es de esperar que el expediente abierto por la Comisión Europea a varios equipos españoles sirva para que aquéllos reflexionen sobre la cara oscura de este deporte que una élite empresarial ha convertido en negocio; la misma que está haciendo lo propio con la sanidad, la enseñanza o la seguridad. Así, es necesario admitir que se puede seguir amando el fútbol aún siendo críticos con la manipulación que la casta política hace de éste; se pueden sentir los colores de un equipo a pesar de saber que algunos palcos son lugares donde se acuerdan decisiones que nos afectan a todos; se puede vestir tal o cual bufanda con orgullo a pesar de saber que la marca España que ahora se identifica con los equipos imputados también sirve para justificar mayor represión en las calles.
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