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lunes, 15 de abril de 2013

¿Puede un conductor de autobús llegar a presidente de una nación? (el pueblo venezolano dice que sí)

Uno de los argumentos contra Nicolás Maduro en la reciente campaña electoral venezolana ha sido su condición de conductor de autobús, como intento de asociar su profesión a una menor capacidad para gestionar la nación venezolana. Detrás de todo esto se encuentra un argumento ad hominem con el que justificar la negativa del gran capital a aceptar un gobernante que defienda los intereses de la clase trabajadora.

Resulta llamativo la insistencia de algunas personas en aferrarse a argumentos elitistas para juzgar la potencialidad de tal o cual dirigente político. Olvidan las cualidades básicas que habría que esperar de cualquier representante público -como la honestidad, la honradez, la fidelidad a unos principios- para centrarse en su profesión o incluso en sus orígenes. Con un claro doble rasero, se prejuzga de modo distinto al millonario que el humilde, como si el origen social fuese una suerte de pedigrí que asegurase una mínima calidad en su gestión política.

El caso de Nicolás Maduro ha sido realmente paradigmático en este sentido. Los opositores dentro y fuera de Venezuela -sobre todo en España- han utilizado la misma cuestión una y otra vez para desacreditar a esta persona como potencial presidente de la República Bolivariana. Todo un ejercicio de falacia ad hominem que se resumiría en la cuestión de si un conductor de autobús puede llegar a presidir una nación.

Tras los resultados de las elecciones en Venezuela, la respuesta es sí. Nicolás Maduro, antiguo chófer de autobús de Caracas, ha recibido el apoyo del pueblo venezolano para llevar las riendas del país durante los próximos años. A pesar de obtener un resultado menor al esperado -debido fundamentalmente al elevado listón dejado por su predecesor en las elecciones de octubre de 2012-, el éxito de Maduro es indiscutible. Gran parte del pueblo venezolano ha sabido abstraerse a la tesitura de elegir entre el conductor de autobús o el empresario de éxito, para comprender que la elección era entre el representante del pueblo o el delegado del neoliberalismo.

En todo caso, resulta difícil aceptar que la calidad de un representante público dependa de su profesión o de su procedencia. ¿Cuántos presidentes con carrera universitaria han ayudado, a lo largo de la historia, a empeorar las condiciones de sus respectivos países? Nada bueno puede decirse, por ejemplo, de la trayectoria del registrador de la propiedad que preside España, que tan siquiera es capaz de dar explicaciones a sus conciudadanos, si no es a través de la pantalla de un televisor.

La calidad de un gobernante se demuestra a priori con un programa electoral claro, sin ambigüedades, y a posteriori con hechos fundamentados en aquel programa. No hay otra. No se le puede exigir erudicción absoluta, sino la capacidad de rodearse de la gente adecuada que le asesore. Por eso, es triste que la prensa española critique a Maduro por su profesión -honorable como la que más-, mientras olvida que en los últimos años hemos tenido una colección de políticos en cargos de responsabilidad que harían saltar los colores en las democracias más avanzadas. Desde presidentes autonómicos salpicados por todo tipo de escándalos a ex-alcaldes de Marbella, pasando por candidatos que dieron con sus huesos en prisión por oscuras cuestiones bancarias. Pero es que, además, ¿es que nadie en España recuerda el historial del padre fundador del partido que ahora mismo gobierna? Se trata del ministro del franquismo que ordenó ejecuciones, el que rapó la cabeza de las esposas de los mineros, el que dijo a boca llena "la calle es mía", llegó a ser presidente de la Xunta de Galicia. Y ojo, que ningún medio se atreviese a recordar durante pasadas campañas electorales, siendo él candidato, su pasado franquista.

El fondo de la cuestión es que quienes firman columnas de opinión en la caverna mediática española no toleran que un trabajador llegue a lo más alto sin renunciar a su clase. Thatcher, hija de tenderos, bien que fue aceptada como primera ministra -¿dónde quedaba el machismo o el clasismo?-, pues había demostrado con creces su sumisión al gran capital británico. Maduro, sin embargo, es de origen humilde y, comprometido a su clase, accede al Gobierno de su patria.

Maduro no fue escogido por Chávez por su profesión de conductor de autobús, sino por la valía que ha demostrado en los cargos que, hasta el momento, ha desempeñado. A pesar de su timidez, de seguro que sabrá ganarse la confianza de aquellos que en su día votaron a Hugo Chávez que, sin embargo, esta vez le negaron su apoyo. Tiene cuatro años para ello.

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