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martes, 6 de diciembre de 2011

Carta abierta a quienes vieron llorar a la ministra italiana

Seguramente tanto usted como yo hemos sido testigos, a través de la prensa, de una de las escenas más lamentables de los últimos tiempos de la política, si es que acaso ya no llevamos suficientes. Los medios de comunicación del mundo entero se han hecho eco de las imágenes de la Ministra de Trabajo de Italia, Elsa Fornero, deshaciéndose en lágrimas tras anunciar las nuevas medidas de ajustes que aplicará su gobierno, muy posiblemente las más duras con las que, hasta el momento, se haya castigado a los ciudadanos de aquel país.

"Ha tenido un enorme coste psicológico para nosotros tener que pedir un sacr...", decía la ministra antes de romper a llorar, mostrando un nivel de impotencia que contrastaba con la frialdad del Primer Ministro, el tecnócrata Monti, quien añadiera con indiferencia: "Creo que quería decir sacrificio, como probablemente habrán entendido".

Un nuevo sacrificio en el altar de los dioses de los mercados, donde la víctima es el bienestar de los ciudadanos. En esta ocasión la suma sacerdotisa se derrumbó al tomar, quizás, conciencia de la magnitud de las implicaciones de su anuncio. ¿Qué pudo pasar, si no, por la cabeza de la ministra Fornero para perder la compostura de tal manera?

A estas alturas uno ya no sabe si pensar que realmente nos encontramos ante una escena espontánea de aflicción o ante una elaborada manipulación de la opinión pública, quizás un retorcido consejo del equipo de psicólogos que ayuda a los ministros italianos a mantener la cordura, un modo mezquino de ganarse la empatía hacia un sufrimiento presuntamente compartido entre pueblo y gobernantes.

Pero quiero pensar que ha de ser un peso terrible para la conciencia de cualquier persona el hecho de sentirse cómplice de un golpe de estado a la democracia, del empobrecimiento de un pueblo, del latrocinio de derechos fundamentales, de la ignominiosa condena a siguientes generaciones a no poder soñar. Porque esta Europa de los tecnócratas, la Europa sumisa al dogma neoliberal, tiene como único objetivo reducir a la clase trabajadora a un puro instrumento para el lucro de los grandes poderes.

Posiblemente la ministra Fornero ha comprendido demasiado tarde que el Tratado de Maastricht, la Constitución Europea, el Consenso de Viena -que con toda probabilidad, en su día, ella aplaudiese con fervor- han sido piedras perfectamente colocadas en el arduo camino de la Democracia y los Derechos Humanos. Valores que se van transformando, desde que se creó esta inmunda crisis de las excusas, en una utopía aún más lejana que las que ensoñaban revolucionarios de épocas pasadas.

Les invito a imaginar, por un momento, que esas lágrimas de impotencia se hubieran transformado en un arranque de dignidad. Que la ministra hubiera mirado a las cámaras presentes en aquella rueda de prensa, se hubiera dirigido a cada ciudadano y ciudadana de Italia -y de Europa en su extensión- y les hubiera contado lo que pasaba por su mente.

Podría la ministra haber explicado con claridad que cada sacrificio a la ciudadanía es intolerable, que cada conquista social es sagrada y absolutamente nadie tiene derecho a violar los pasos hacia delante dados por la Humanidad. Sabedora, por su estatus de académica, de que existen alternativas a tantos sacrificios innecesarios, que bien seguro que algunos de sus compañeros docentes, economistas críticos con el dogma neoliberal, le habrán detallado. Sobre todo, porque a estas alturas, ya sabemos que la sed de sacrificios de los llamados mercados es insaciable, que sólo será calmada por un tiempo para luego exigir más y más, hasta que ya no quede nada.

Hubiera también añadido que los derechos que no se ejercen se pierden, y ahora hay demasiado en juego como para no hacer uso de los pocos que aún van quedando. El derecho a manifestarse es ahora más valioso, y aún útil, que nunca. Bien podría la ministra haber invitado al trabajador, al pequeño empresario, al inmigrante, al desempleado a salir a la calle, a movilizarse, a exigir políticas económicas alternativas y, por tanto, el fin de la sangría que alimenta la insaciable codicia de la Banca, de las grandes multinacionales, de los empresarios sin escrúpulos que desean sacar tajada de la situación para tener arrodillados a sus empleados.

Porque bien podría haber recordado la ministra que hay más cosas que nos unen como ciudadanos de las que nos separan. Sus lágrimas sin duda reflejaron la tristeza de quien se siente títere de los grandes poderes, mercenaria a sueldo del gran capital, pero también es madre, hermana, vecina. Así bien podría haber recordado a los ciudadanos que, independientemente de su voto en pasadas elecciones, todos -absolutamente todos- son gobernados por gente a quienes no han elegido. Si alguna vez fue emocionante para algunos ondear banderas con el logotipo de su partido para celebrar una victoria electoral, más aún tendría que serlo salir a la calle para luchar pacíficamente todos juntos por la Democracia. Una democracia integradora, donde la economía esté al servicio de la mayoría y no al revés, en la que el frente común sea el bienestar de los ciudadanos, necesitados, ahora más que nunca, de estar unidos contra el mismo enemigo que atenta contra sus derechos; ciudadanos que forman parte, hoy más que nunca, de una misma clase.



3 comentarios:

  1. "sólo saciará la sed de los mercados, temporalmente"

    vaya parece que empezamos a tener mucho en común con las sociedades que ofrecían sacrificios humanos a un altar

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  2. Enhorabuena por esta reflexión. Si quieres, mándala a rebelión a ver si la publican en su web:

    España: espana.rebelion EN gmail.com
    Europa: europa.rebelion EN gmail.com
    Opinión: opinion.rebelion EN gmail.com

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  3. Ni más ni menos. Gran artículo y mejores ideas. Quizás, con el tiempo y la palabra conseguiremos algo, aunque son muchas las almas vencidas. Felicidades por el blog.

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