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sábado, 29 de octubre de 2011

¿Nos encontramos ante el inicio de una auténtica revolución mundial?

Este artículo analiza la progresiva intensificación de movilizaciones ciudadanas en todo el mundo y la consecuente posibilidad de que nos encontremos a las puertas de una revolución contra los grandes poderes, identificados como culpables del continuo deterioro de la calidad de vida en Occidente y de la creciente pobreza en los países en vías de desarrollo.

De Tahrir a Sol

Desde la llamada Primavera Árabe se han ido sucediendo movilizaciones ciudadanas con cada vez mayor repercusión mediática. Hablamos de una ciudadanía que, tras la crisis del 2008, había aceptado sumisamente todo tipo de agresiones a su nivel de vida, una contrarrevolución orquestada desde los grandes poderes financieros contra la cual, por fin, comienzan a vislumbrarse esperanzadoras respuestas, como las manifestaciones globales del pasado 15 de octubre.

Los parabienes iniciales de la maquinaria mediática occidental hacia las movilizaciones en Egipto y Túnez, pronto se convertirían en silencio y, más tarde, descrédito hacia los movimientos surgidos en suelo europeo, principalmente en el estado español. Para los medios más conservadores, los héroes de la plaza de Tahrir se convertían en perroflautas al ocupar Sol. Este doble rasero tiene una sencilla explicación: aquellos medios sitúan a las sociedades islámicas en un mundo aparte y atrasado, por lo que hablar de revueltas allí es como referirse al -para nosotros ejemplarizante- anhelo de unos pobres extranjeros que aspiran a los modelos occidentales, idealizados por los mencionados medios. Sin embargo, el panorama real consistía en una ciudadanía cansada de las políticas neoliberales de sus tiranos. En Occidente la ciudadanía llevaba demasiado tiempo soportando ese mismo tipo de política por parte de sus representantes democráticamente elegidos.

Ahora bien, a pesar de la indiscutible diferencia en los niveles de vida entre unos y otros países, ¿qué diferencia hay entre ser gobernado por un presunto tirano o por un político democráticamente elegido cuando, en ambos casos, se va a legislar según los dictados de los mismos poderes financieros? Los sectores plegados a aquellos poderes por nada del mundo querrían que se despejase esa incógnita. En Occidente teníamos que seguir viviendo en la inopia de creernos en la cuna de las libertades y derechos, mientras éstos últimos eran -y siguen siendo- sigilosamente recortados.

Del 15M al 15O

La Spanish Revolution, el denominado movimiento indignado, supuso el despertar de una parte de la ciudadanía, una toma de conciencia de clase, lenta pero progresiva. Tanto que nos deleitábamos los españoles de nuestro propio inmovilismo, tanto acusar a la juventud de no protestar por el gran desempleo, la misma alabada como la mejor preparada de la historia que a su vez, paradójicamente, era etiquetada como la que "ni estudia ni trabaja".

Se rompieron las cadenas que nos engrilletan a los medios de comunicación convencionales. La gente empezó a dudar, a preguntarse si había otra opción que el gris destino que espera a la clase trabajadora. La ciudadanía reclamó probar el fruto del árbol prohibido, pidió conocer, salió a la calle. La rabia del pueblo se había desatado del modo más desconcertante para los poderosos: pacíficamente. Las acampadas no eran las protagonistas, por mucho que quisieran los capataces mediáticos al servicio de sus amos del gran capital, sino las asambleas que se realizaban en las plazas de todo el país.

No fue algo espontáneo, como algunos pretenden hacer entender. Gran parte de la intelectualidad progresista llevaba tiempo denunciando las terribles consecuencias de las políticas neoliberales y el inevitable camino a la pobreza al que conduciría a la ciudadanía. Nos contagiamos de Tahrir porque estos académicos desafiaron al mensaje oficial que predicaba las bondades de los mercados sin regularizar, del control del déficit público, de la supremacía de lo privado, de la flexibilidad laboral para crear empleo.

Una vez más, se subestimó la inteligencia del pueblo. El insulso botón “me gusta” de Facebook se empleó para divulgar interrogantes, dudas sobre el presente, inquietudes sobre el futuro. Las redes sociales de Internet eclipsaron los canales tradicionales de comunicación. Tal ha sido su amenaza que en el Reino Unido se pretendió aplicar censura sobre estos medios, tomando como excusa las violentas revueltas acontecidas en junio[1]. En el mismo sentido, el eurodiputado del Partido Popular Europeo Tiziano Motti propuso que los ordenadores vendidos en la UE incorporasen una “caja negra” que registre los movimientos de sus usuarios con la excusa de prevenir el crimen cibernético[2].

Los movimientos ciudadanos se fueron extendiendo a otros países, el continuo negacionismo de los medios de comunicación era puesto en evidencia por los ciudadanos de Israel y EEUU. Las protestas ya no tenían lugar en países de la periferia mundial o de la segunda fila europea. Se pedía justicia social y, más que nunca, se reconocía y señalaba a los auténticos culpables del deterioro mundial del nivel de vida de la clase trabajadora. Wall Street era ocupado simbólicamente por miles de neoyorquinos, el movimiento pronto se extendería a todo el país. El sentimiento de indignación se volvía global.

¿Nos encontramos ante una revolución?

Desde los años 1970 lleva produciéndose una auténtica contrarrevolución orquestada desde los grandes poderes, inicialmente silenciosa en los países ricos, pero indudablemente perjudicial para los intereses de la clase trabajadora de todo el globo. Como explica Naomi Klein en su libro La Doctrina del Shock, el golpe de estado de Chile de 1973 supuso el inicio de un ensayo de lo que debería ser el neoliberalismo en su estado más puro. Respecto a los ciudadanos europeos y estadounidenses, ajenos a lo que entonces acontecía, Noam Chomsky menciona a menudo las palabras de Douglas Fraser en 1978, entonces presidente del sindicato más importante de los EEUU, quien acusa a los "dirigentes de la comunidad empresarial" de haber "escogido seguir en tal país la vía de la guerra de clases (class war) unilateral, una guerra de clases en contra de la clase trabajadora, de los desempleados, de los pobres, de las minorías, de los jóvenes y de los ancianos, e incluso de los sectores de las clases medias de nuestra sociedad"[3].

Era cuestión de tiempo que, en paralelo al aumento de la virulencia de las agresiones a la clase trabajadora, ésta reaccionase para exigir, de algún modo, el fin de aquellas hostilidades que sólo conducen al empobrecimiento de los ciudadanos. Hoy estas condiciones son más patentes que nunca, cuando la democracia es una caricatura de lo que debería de ser y la clase política en el poder ha dado completamente la espalda a la ciudadanía en pos de gobernar según los criterios e intereses de la clase dominante.

De la reacción de parte de la ciudadanía en la mayoría de los países occidentales mediante movilizaciones permanentes podemos deducir que se empiezan a dar las condiciones para una próxima revolución mundial. Por necesidad, toda revolución parte de las masas, a partir del momento en que éstas adquieren el empuje suficiente para intervenir directamente en los acontecimientos históricos. Entiéndase que la ciudadanía es, por definición, conservadora. Lo es en el sentido en que la ciudadanía acepta, bajo condiciones normales, las instituciones y relaciones de poder existentes como si fueran inamovibles. La ciudadanía muestra, por tanto, un considerable margen de tolerancia hacia excesos y abusos desde los poderes políticos y económicos que estos últimos capitalizarán mientras la masa no reaccione en términos de ruptura con la situación que considera inaceptable.

Resulta injusto, sin embargo, exigir a quienes empiezan a mostrar su hartazgo hacia la situación actual que planteen alternativas. Hay que considerar que una gran parte de la masa social ya ha dado un gran paso al identificar lo que no quiere, lo que rechaza. Al respecto se dan dos extremos igual de perniciosos para cualquier proceso revolucionario en estado embrionario: por una parte, aquellos que justifican su inmovilismo -e insolidaridad- con la excusa de la falta de alternativas concretas; por otra, quienes esperan encontrar entre quienes se movilizan a un grupo de revolucionarios extremistas con unas ideas preconcebidas.

Para comprender la dinámica básica de la revolución podemos tomar el símil de una máquina de vapor[4]. La ciudadanía que empieza a moverse actúa expandiéndose como el vapor, es decir, conlleva una energía que, de por sí, está condenada a disiparse. Por eso, la primera respuesta de los grandes poderes consiste en  imponer el silencio mediático a cualquier movilización[5]. Continuando el símil, la energía del vapor ha de concentrarse en una caldera y recogerse por medio de un pistón. Este papel necesariamente lo ha de cumplir  algún ente organizativo. Los medios de comunicación alternativos -sobre todo la Red- está permitiendo un nivel de cohesión y transmisión de ideas nunca visto antes en la historia. Siempre que no se olvide que la fuerza viene de la ciudadanía, el vapor, las masas, la transmisión de energía en esta máquina de vapor, la conversión en movimiento, es muy factible.

A medida que se agudice el conflicto entre las clases, mayor número de ciudadanos se unirán a las movilizaciones. La reacción por parte de los grandes poderes ira en función de la magnitud en que perciban amenazas hacia sus privilegios. Sus recursos, tanto mediáticos como económicos, les servirán para crear opiniones dispares, comprar disidencias, difundir la indiferencia. Asimismo, sus respuestas represivas a las movilizaciones serán más contundentes según éstas se acerquen a los centros económicos más estratégicos[6].

Sin embargo, no olvidemos que, además de la reacción de los grandes poderes, surge el peligro de elementos extremistas que se aprovechen de la situación de descontento. Esto ocurrió en los años 20 y 30 del siglo pasado, que permitieron el ascenso de los totalitarismos en Europa. Entiéndase que es la conciencia de las masas la que determina el camino de los procesos revolucionarios. La ciudadanía comienza a tener bien claro lo que no quiere, es por eso la importancia de los esfuerzos de académicos e intelectuales por explicar lo que ocurre. El éxito de cualquier revolución pasa por la información, herramienta necesaria para la concienciación de las masas de la importancia de unirse a las exigencias de cambios que permitan alcanzar un orden más justo para todos.

El futuro no está escrito, por mucho que los más poderosos se empeñen en imponernos planes de ajustes, precariedad y gris futuro. Más que nunca, la ciudadanía tiene en sus manos exigir un cambio global, emprender un camino hacia un mundo más justo, más ecológico, más sostenible, en fraternidad. Las revoluciones siempre implican ruptura, justificada ahora más que nunca ante una crisis sistémica que amenaza la existencia de la sociedad misma. La revolución mundial sólo será posible cuando gran parte de la clase ciudadana camine hacia la misma dirección. Cada persona que sueñe con una sociedad más justa tiene la tarea revolucionaria de apagar los televisores, informarse con espíritu crítico, escéptico, explicar a quienes le rodean de la situación real, de la fuerza de la ciudadanía unida.


Notas:
[3] Por ejemplo, véase el prólogo del libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar en España de Vicenç Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón.
[4] Véase. por ejemplo, el prólogo de Historia de la Revolución Rusa de León Trotski.
[5] Recordemos que el 16 de mayo de 2011 apenas ningún medio de comunicación tradicional hizo eco de las masivas movilizaciones el día anterior.
[6] Al respecto, nótese la violencia desmedida de la policía estadounidense frente a las movilizaciones de los manifestantes de Occupy Wall Street.

martes, 25 de octubre de 2011

Algunos motivos por los que una amplia mayoría de los ciudadanos apoya al movimiento 15M

A partir de las recientes encuestas publicadas en el diario El País, donde se registra un importante apoyo por parte de la ciudadanía hacia los llamados movimientos de indignación, este artículo discute algunos de los motivos que hacen despertar tales simpatías a pesar de la presión mediática de los sectores más conservadores y su poderosa propaganda en contra de todo lo que implique movilización ciudadana.

Desde que parte de la ciudadanía comenzó a movilizarse, se han realizado sucesivas encuestas de opinión que muestran las simpatías que este movimiento despierta en una parte importante de la población. Esto demuestra que el movimiento 15M ha calado en la sociedad mucho más de lo que ciertos sectores hubieran deseado y de lo que, incluso en los momentos actuales, están dispuestos a aceptar.

Los primeros estudios publicados se realizaron entre los días 1 y 6 de junio[1]. Por vez primera se preguntaba directamente a los ciudadanos por su opinión sobre este asunto en vez de polarizarlos -habitualmente en contra- a través de los medios. Los resultados de las primeras encuestas no dejaban lugar a dudas: el 73,3% de los encuestados aprobaba las manifestaciones del movimiento 15M, frente al 19,2% que las desaprobaba. Resultados similares, un 72% a favor frente a un 10,3% en contra, se obtenían cuando se preguntaba sobre las ideas que defiende el movimiento.

Aún resuenan en nuestras memorias aquellos momentos en los que El Cairo y Túnez fueron el centro de la noticia, lugares donde la ciudadanía ocupaba las calles hartas de una falsa democracia, de la miseria y la corrupción. Por aquel entonces, aquellas revueltas eran vistas incluso con simpatía desde los medios de comunicación occidentales, las noticias eran interpretadas como una confirmación del oasis democrático que representa Occidente, supuesto modelo al que aspiraban los manifestantes egipcios y tunecinos.

Sin embargo, poco después sería la ciudadanía española la que saldría a la calle como respuesta a las asfixiantes medidas neoliberales que condicionaban su futuro: el mismo tipo de política que había determinado el nacimiento de la llamada Primavera Árabe. En esta ocasión, la maquinaria mediática española tradicional castigaría primero con el silencio y, más tarde, con la descalificación a los ciudadanos que decidieron ejercer su derecho a manifestarse.

Sin banderas, sin partidos, sin sindicatos, sin violencia. Por muy mal uso que se quisiera aplicar al término antisistema, la actitud de las personas que día a día se fue adheriendo al movimiento 15M ha sido ejemplar. Así, desde el principio, la única estrategia posible para los detractores del 15M consistió en desacreditar a las acampadas. La maquinaria de propaganda de los medios se cebó con el aspecto físico de algunos de los acampados -insistiendo en el eterno recurso de despertar prejuicios- o, directamente, difundiendo dudosas historias acerca de suciedad y demás muestras de incivismo. La realidad era otra fácilmente comprobable. Cualquier ciudadano podía acercarse a la plaza de su ciudad y participar en las asambleas que diariamente se han ido realizando. Incluso sin desplazarse a Sol, hay cientos de vídeos de las asambleas colgados en Internet donde cualquiera puede comprobar la heterogeneidad de las personas allí presentes y escuchar sus propuestas. Los problemas de convivencia en las acampadas fueron mínimos a lo largo de toda la geografía español, a pesar de lamentables intentos de reventar los actos por algunos descerebrados o, aún peor, algunos intentos institucionalizados de desestabilizar las acampadas a base de trasladar a las plazas a gente dispuesta a ello. Simplemente, no se podía atacar al movimiento 15M por sus ideas, consensuadas por miles de ciudadanos reunidos en asamblea e interconectados por Internet, con un elemento común: un enorme descontento con la realidad política y económica del país, consecuencia directa del grave déficit democrático que vivimos.

El resto de la población española, incluso quien no ha participado en manifestación alguna o se conforma con creer que la solución a los problemas del país pasan por continuar en el juego del binomio bipartidista, no puede dejar de ser permeable con parte de los mensajes que surgen desde el movimiento 15M. Así, según la última encuesta realizada al respecto[2], el 73% de los encuestados da la razón a los participantes en las movilizaciones, mientras el 63% considera que las protestas han de continuar.

Comparando los resultados de las encuestas de junio y de octubre se comprueba que el apoyo popular al 15-M se mantiene, a pesar de los mencionados intentos de desprestigio que ha sufrido desde los medios de comunicación tradicionales. Esto es síntoma de que los mensajes de estos movimientos ciudadanos van penetrando en la población, lo que se demuestra en la última encuesta donde se recoge que el 81% de los encuestados opina que quien realmente manda en el mundo son los mercados. Al respecto, quien haya asistido a las sucesivas manifestaciones entre el 15 de mayo y el 15 de octubre habrá podido comprobar la evolución en los lemas de las pancartas, las cuales inicialmente se centraban en las responsabilidades de los políticos, mientras ahora señalan principalmente a los banqueros y grandes empresarios como culpables de la crisis.

El impulso definitivo en la opinión pública de los movimientos de indignación en España puede venir a través de las noticias que vayan llegando de movimientos similares en otros países, principalmente los Estados Unidos, y, sobre todo, del devenir económico y social de Grecia y Portugal. La internacionalización del conflicto entre clases va reforzando la credibilidad de los movimientos de indignación, puesto que deja de parecer un asunto de unos pocos para aflorar como la respuesta ciudadana global a un problema que afecta a todos.

La sociedad española, incluso los sectores populares más conservadores, cada vez es más consciente de la degradación democrática que sufre el estado en su conjunto. Es por ello que incluso una mayoría de los votantes del Partido Popular -un 55%- apoya las reivindicaciones del 15M. Presumiblemente, dado el continuo alejamiento de los políticos de los partidos mayoritarios de la realidad de los ciudadanos en aras de satisfacer a los sempiternos mercados, la percepción del mencionado déficit democrático será cada vez más acusado, lo que actuará como elemento aglutinador de una ciudadanía cada vez más descontenta.

Es cuestión de tiempo que, dadas las nulas perspectivas de cambios a mejor para la ciudadanía, las masas se movilicen para mostrar su descontento. Como ya ocurrió en otras épocas, tendrán lugar importantes polarizaciones de opinión en la clase trabajadora. Al igual que tras el crack de 1929, las peores ideologías encontrarán en una población desencantada el lugar idóneo donde plantar las semillas del totalitarismo y el odio. Esta vez, por suerte, una ciudadanía informada, con infinitamente mayor nivel cultural y educativo que entonces, ha tomado la delantera, movilizándose, esgrimiendo argumentos, exigiendo democracia para todos.


lunes, 24 de octubre de 2011

115 propuestas concretas

Acaba de publicarse el libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar en España, escrito por los economistas Vicenç Navarro, Juan Torres López y Alberto Garzón.

El libro, prologado por Noam Chomsky, realiza un repaso de la situación actual de la economía de estado español -y, por extensión de Europa- desde una cuidada perspectiva científica, antítesis del discurso oficial del pensamiento único. Bajo tal enfoque, el texto plantea alternativas reales, perfectamente justificadas, a las soluciones que se llevan aplicando hasta el momento, que sólo sirven para acentuar la cada vez mayor brecha existente entre los ricos y el resto de la población. Como colofón final, el libro plantea un listado de 115 propuestas concretas en diversos ámbitos políticos, económicos y sociales, basadas en criterios racionales, muchas de las cuales responden a los planteamientos surgidos desde los movimientos sociales surgidos en la primavera de 2011.

La distribución del libro no ha sido sencilla, al frenarse su publicación por parte de la editorial que inicialmente llevaría a cabo tal labor sin explicación alguna. Sospechoso resulta un movimiento así justo en este momento preelectoral, que podría ser interpretado por muchos como autocensura de los editores ante el circo político bipartidista que nos espera en la inminente campaña electoral.

Es de vital importancia la divulgación de un texto de tal calibre, que se desmarca del discurso establecido y señala las causas reales de la crisis, sus culpables y las soluciones reales a aquélla, las soluciones que beneficien el empleo y el bienestar social. Es por ello por lo que los autores ofrecen la descarga gratuita del texto en formato electrónico y animan a su difusión.

La información es el arma más importante de la que puede disponer la ciudadanía, la que los grandes poderes más temen, pues los ciudadanos que desarrollan espíritu crítico utilizarán el poderoso recurso del escepticismo contra los discursos alienantes de los grandes medios de comunicación, siempre al servicio de aquellos poderes.

El libro puede ser descargado desde la web de ATTAC.

sábado, 15 de octubre de 2011

La rabia del pueblo se materializó el 15 de octubre

El 15 de octubre ha supuesto un gesto de protesta internacional sin precedentes. La ciudadanía, por vez primera, ha salido a la calle en las principales ciudades del mundo para decir "basta" a los abusos de los grandes poderes financieros. La rabia del pueblo, este sentimiento global de indignación, por fin se hace patente y se dirige contra los verdaderos culpables de esta crisis de civilización que nos toca sufrir.

Llegó el 15 de octubre. Desde Japón hasta los Estados Unidos, en casi mil ciudades de todo el mundo, los ciudadanos hemos comenzado a mostrar nuestro hartazgo hacia una realidad que no nos gusta. Por fin somos conscientes de que la percepción de haber sido traicionados por la llamada clase política dominante no es individual, sino algo que afecta a cada trabajador, ya sea vecino o ciudadano del otro extremo del globo. Hemos aprendido a base de decepciones el verdadero significado del término globalización. En Occidente presumíamos de democracia cuando en realidad son los grandes poderes financieros mundiales quienes dictan las leyes, habiéndose constituido en un gobierno en la sombra, sin rostro pero con largas manos que provocan recortes en nuestra calidad de vida, en nuestros derechos sociales; fomentan guerras, hambre, desempleo; especulan con nuestro pan, con nuestro medio ambiente, con nuestro presente, con nuestro futuro.

¿De verdad pensaban que nos íbamos a quedar en casa? Era cuestión de tiempo que la ciudadanía despertara del narcotizante efecto de unos medios de comunicación al servicio de los mismos poderes que controlan a los gobiernos. Por primera vez en la historia, la ciudadanía global toma conciencia de clase.

Que un mismo día los trabajadores del mundo se pongan de acuerdo para salir a la calle implica esperanza. Porque jamás un grupo tan numeroso de ciudadanos se ha congregado para señalar a los culpables, a ese 1 por cierto cuya avaricia rompe sueños, esperanzas, condena a muchos a la pobreza, al desempleo. Ésta es la rabia del pueblo, la rabia de ver nuestros objetivos obstaculizados, de vivir atados de manos. La rabia, de crecer demasiado rápido cuando los adultos te roban la infancia. La rabia de ver imposible esa paz tan querida. La rabia de ver tantos policías armados en nuestras calles. La rabia de ver este puto mundo autodestruirse y que sean siempre los inocentes los que están en la línea de fuego[1].

Esta rabia del pueblo es positiva, constructiva, pacífica -aunque en muchas ocasiones reciba como respuesta la brutalidad de agentes que aún no son conscientes de que pegan a los de su misma clase-. Una rabia que no terminará el día 15 de octubre, sino que se extenderá por la población, romperá prejuicios, abrirá nuestros ojos. Cada vez más ciudadanos nos daremos cuenta de que nuestra condición de víctimas de ese 1 por ciento es nuestro nexo de unión. Nos han condenado a ser los "de abajo", pues ahora vamos a mirar hacia arriba y les combatiremos con inteligencia, desmontando sus mentiras, denunciando sus excesos, sus manipulaciones.

Mandemos un mensaje a nuestros gobernantes presentes y futuros: es su deber gobernar para los ciudadanos, estar al servicio de los trabajadores y su bienestar. La población ha apagado los televisores y sale a la calle para romper las cadenas que sujetan a la clase política dominante al mandato de los mercados, los grandes poderes financieros. Que no vuelvan a justificarse agresiones al bienestar de los ciudadanos para "tranquilizar a los mercados". Exijamos gobernantes con el valor de demostrar a los "de arriba" que ellos están exclusivamente al servicio de los ciudadanos, quienes les confiamos el voto, a quienes han de servir.


[1] Extraído de la canción "La Rage" de Keny Arkana (2006). Se recomienda leer la letra completa:


lunes, 10 de octubre de 2011

15 de octubre: el día en que la ciudadanía global saldrá a exigir democracia

Nos encontramos ante una crisis que alcanza dimensiones globales. No se trata de una simple crisis económica, sino de una crisis de civilización, una crisis sistémica que lleva implicando la destrucción permanente de empleo, la desaparición progresiva de los derechos de la ciudadanía, sin más perspectivas de mejora que demagogias electoralistas acompañadas de la obligación a los ciudadanos de apretarse el cinturón.

La clase política dominante se ha plegado a lo que eufemísticamente llaman mercados, sin atreverse a dar nombres y apellidos. Por eso, más que nunca, en los últimos años se ha demostrado la degradación de la democracia hasta el límite de que las decisiones políticas han sido tomadas en torno a las demandas de quienes controlan aquellos mercados.

La codicia de aquéllos ha llevado a Grecia al borde de la ruina, mientras países como Portugal o Irlanda, incluso España o Italia, amenazan con seguir su camino. Los países en vías de desarrollo cada día están peor. Los ciudadanos de los países más ricos, tarde o temprano, verán disminuir sus estándares de vida. No se gobierna para el beneficio de los ciudadanos, sino para el uno por cierto de la población que cada día maneja los hilos del mundo con mayor firmeza y decisión.

Esta singularidad antidemocrática en la que nos encontramos supone una contrarrevolución cuyo punto de mira es la ciudadanía, la clase trabajadora, debilitada tras años de aparente tranquilidad, simulada opulencia, deliberada manipulación de una realidad que comienza a mostrar su crudeza, su salvaje naturaleza depredadora de derechos, como ya han visto en España funcionarios y pensionistas en sus salarios, como todos iremos notando en la programada degradación del servicio sanitario público, de la educación, en definitiva, de todo lo que consideramos parte de nuestro incipiente estado del bienestar.

Los mercados han encerrado en su puño a un mundo globalizado cuyos políticos, en todo el globo, actúan como sus capataces. Los ciudadanos quedamos reducidos a plebeyos bajo el yugo de los látigos de aquéllos, apenas conscientes de la verdadera mano que dicta nuestros destinos.

Durante el año 2011, en Egipto, Túnez, España, Israel, Estados Unidos, la ciudadanía ha empezado a despertar de los efectos de los potentes narcóticos de la propaganda de los medios de comunicación. El circo no es suficiente cuando no hay pan. La gente sale a la calle a pedir explicaciones, a exigir democracia.

El cambio, la salida a esta situación de degradación democrática, el establecimiento de la justicia social, el cumplimiento efectivo de los derechos humanos, ha de partir de la propia ciudadanía. La clase política dominante no va a cambiar su estatus de servilismo a los mercados mientras la ciudadanía permanezca en sus casas, en silencio, desunida, conformista, indolente.

El nuevo de un nuevo orden mundial basado en los valores fundamentales de los derechos humanos, en la justicia social, aún puede ser una utopía lejana, pero merece la pena dar el primer paso.

El 15 de octubre es una fecha transcendental. Por primera vez en la historia, la ciudadanía de decenas de países saldrá a las calles a exigir el derecho a una democracia de verdad, a un cambio global donde los políticos sirvan al pueblo. Hemos de decir bien alto y claro que los ciudadanos somos más numerosos, por tanto más fuertes, que las élites económicas y financieras. Para demostrarlo, está en las manos de la ciudadanía salir a la calle, pacíficamente, exigiendo a los políticos que rindan cuentas a quienes les confiamos su voto.

domingo, 9 de octubre de 2011

Richard Stallman nos cuenta la razón para salir a la calle el 15 de octubre

Richard Stallman, fundador del movimiento por el software libre, ha publicado un breve mensaje explicando el principal motivo por el que hay que salir a la calle el sábado 15 de octubre:
«La razón para salir el 15 de octubre es restablecer la democracia. El imperio de las empresas globales nos ha impuesto gobiernos de ocupación, sátrapas que obedecen a las empresas, al Imperio y prestan la menor atención posible al pueblo. Tenemos que eliminar el poder político de las empresas para restablecer la democracia.»

martes, 4 de octubre de 2011

La admirable actitud de los Marines veteranos respecto al movimento Occupy Wall Street

Este artículo plantea la posibilidad de que el apoyo manifiesto de un número significativo de Marines veteranos a la plataforma Occupy Wall Street, colocándose en primera línea de las protestas, sea síntoma de un cambio de mentalidad en la sociedad norteamericana.

El movimiento Occupy Wall Street sigue creciendo en los Estados Unidos. Ya no es sólo un grupo de población apoyado por los intelectuales y artistas de orientación progresista del país, ahora ha pasado a convertirse en un fenómeno social que bien podría llegar a obtener la masa crítica necesaria para conseguir cambios reales en el sistema.

Si bien el “Yes, we can!” supuso un fiasco, pues evidenció la sumisión de la Casa Blanca a los grandes poderes, fue también un síntoma evidente del hartazgo del grueso de la sociedad americana ante la creciente degradación sufrida ante un país sumido en continuos dispendios militares mientras las clases populares son víctimas de más y más recortes sociales. La instrumentalización de la crisis en todo el globo por parte de unos pocos para justificar una contrarrevolución por parte de los más poderosos -llamados eufemísticamente mercados- ha supuesto una depredación sin precedentes en la historia de los derechos sociales adquiridos por la clase trabajadora tras dos siglos de movimientos sociales.

Estados Unidos, un país donde hablar de políticas de izquierdas está mal visto, ha despertado de un letargo que lleva durando décadas. Fue la propaganda antisoviética de los gobiernos de la segunda mitad del siglo pasado la que propició el éxito del neoliberalismo instaurado por Reagan, pues cualquier opinión en contra supondría ser acusado de comunista o, lo que era lo mismo, antipatriota. Desde hace una década, el enemigo comunista se ha diluido en el arquetipo de un locuaz e inofensivo anciano que vive en Cuba. El nuevo enemigo oficial es ahora el integrista islámico, aunque no se sepa una definición de lo que se trata, y una recóndita organización terrorista que, en ocasiones, parece una caricatura de la malvada Spectra de las primeras películas de James Bond.

El pasado sábado comenzaron a leerse carteles que rezaban: “ésta es la segunda vez que lucho por mi país. Es la primera vez que conozco a mi enemigo”. Es como si una venda comenzase a caer de los ojos de los ciudadanos americanos, quienes de repente se dan cuenta que su principal enemigo habita dentro de sus fronteras. “Yo no luché por Wall Street, luché por América”, declaraba un Marine al ser preguntado por los motivos que le hicieron unirse a las protestas de Nueva York. No es de extrañar tal actitud, pues representa el sentir general de la población, cuyo 72% no considera que el Congreso de los EEUU represente sus intereses. Cuando se pregunta su percepción de los verdaderos representados por tal institución, el 68% señala al gran capital, la Corporate Class[1].

La implicación de los Marines veteranos en las protestas contra Wall Street tiene profundas implicaciones que podrían significar una catarsis en las reglas de juego del país más poderoso del mundo, donde vuelvan a darse las condiciones que llevaron al New Deal tras el crack de 1929 y la desastrosa posterior gestión del presidente Hoover. En su documental Capitalismo, una historia de amor (2009), Michael Moore recuerda los sucesos de Flint, Michigan, cuando cientos de hombres y mujeres ocuparon las fábricas de General Motors en 1936 durante más de un mes como protesta por las penosas condiciones laborales a las que, con la excusa de aquella crisis, estaban sometidos. La policía y los matones de la empresa emplearon la mayor de las contundencias para desalojarlos. Los sangrientos enfrentamientos llevaron al presidente Franklin Delano Roosevelt a pedir la intervención de la Guardia Nacional. Sin embargo ésta no apuntó con sus armas a los manifestantes, sino a la policía y a los matones de la General Motors para que respetasen el derecho de los trabajadores a exigir condiciones más dignas.

Ese mismo espíritu parece contagiarse en los Marines veteranos, paradójicamente uno de los colectivos mejor tratados en la clase trabajadora estadounidense, pues disponen -entre otras prebendas- de sanidad y educación gratuitas. Sin embargo, estos veteranos parecen estar cansados de ser peones de la Corporate Class para defender intereses que les son ajenos. La sangre a cambio de petróleo también ha salpicado al pueblo estadounidense, cuyos soldados muestran su hartazgo ante tanta muerte innecesaria entre sus filas. De ahí que el grupo Veteranos por la Paz lidere este desafío al establishment y se ofrezca a encabezar las manifestaciones en Nueva York o en Washington DC para asegurar el derecho a la reunión pacífica de los ciudadanos, máxime cuando se trata de denunciar que las cosas no funcionan.

Aún es pronto para establecer un juicio de los efectos de la iniciativa de aquellos Marines, pero es un indicador de que incluso parte del ejército comienza a tomar conciencia de clase. Hace unas décadas habrían sido tachados de comunistas, de antiamericanos. Ahora son estos soldados quienes hacen gala de patriotismo al salir a la defensa de los ciudadanos, de sus derechos, algo admirable puesto que precisamente aquélla tendría que ser la principal tarea de las fuerzas del estado.

Una situación así, al menos despierta la esperanza de que la sociedad americana comience por fin a reconocer a la clase del gran capital como antagonista a la clase trabajadora. Resulta que, finalmente, la esperanza no es Obama sino la unión de la ciudadanía. La lucha de clases, aunque siempre ha estado ahí, vuelve a cobrar vigencia. No importa qué nombre se le dé. Tampoco hay que prestar atención a que los términos izquierda o comunismo sigan siendo proscritos en los Estados Unidos. Lo realmente importante es que se reconozca al enemigo, que el pueblo salga a la calle a plantarles cara. La fuerza real del gran capital se basa en la desunión de la clase trabajadora. Cuando ésta se convierte en organización, unión, solidaridad, los gerifaltes de los mercados azuzan a sus capataces, los políticos, para que lancen a las fuerzas del estado contra los ciudadanos, así el miedo los haga de nuevo conformistas, desorganizados.

Como dice Michael Moore en su documental de 2009: "el capitalismo es un mal, y el mal no se puede regular. Hay que erradicarlo, reemplazarlo por algo que sea bueno para todos. Y ese algo se llama Democracia".



Notas:
[1] Vicenç Navarro, "Las movilizaciones prodemocráticas de los países árabes, de EEUU, de Europa y de España", Sistema, 20 de mayo de 2011.

sábado, 1 de octubre de 2011

Somos el 99 por ciento

Ya no se trata de la periferia o la semiperiferia del mundo. Tras los primeros síntomas de movimientos ciudadanos en Israel y Francia, la ciudadanía parece despertar en los Estados Unidos. Hablamos del centro de este mundo globalizado, de este imperio económico cuya capital se llama Wall Street. El movimiento de indignación y protesta de los Estados Unidos va camino a convertirse en una nueva edición del 15M, con la diferencia de que ahora se está produciendo en el país más poderoso del mundo, con lo que esto puede implicar.

El 17 de septiembre comenzó el movimiento Occupy Wall Street cuando jóvenes universitarios se instalaron en las inmediaciones del famoso centro financiero, en el vecino Parque Zuccotti -rebautizado por el movimiento como Liberty Plaza-, para protestar por los abusos del sistema financiero y la complicidad de la clase política americana. La consigna “Estudiantes y trabajadores unidos, tomemos la ciudad” se llenó de sentido cuando los principales sindicatos de la ciudad de Nueva York, TWU (Sindicato de Trabajadores del Transporte) y UAW (Sindicato de la Automoción), se unieron a la protesta. Pronto varias organizaciones sociales de la ciudad engrosaron la lista de indignados por la avaricia de quienes dirigen los mercados.

La respuesta oficial no se hizo esperar. Al igual que en París y, en menor medida, algunas ciudades de España las fuerzas antidisturbios aplicaron violencia extrema para disolver las propuestas de unos ciudadanos que exigen explicaciones a sus gobernantes. Resulta paradójico que la policía neoyorquina emplease gas pimienta contra ciudadanos que desean justicia social, mientras quienes se enriquecen a base de provocar continuos recortes que erosionan el nivel de vida en general -incluyendo el de quienes emplean las porras- continúan especulando ajenos a todo lo que ocurre en la plaza aledaña.

Pero, en un país donde el número de pobres iguala a la población actual de toda España, es difícil que la represión resulte por sí sola disuasoria. Los ciudadanos regresaron a la plaza, fueron invitados por los vecinos de la zona a ocupar sus parcelas, donde la policía no puede hacer nada por echarlos al ser propiedad privada. El número de personas desde entonces se ha ido multiplicando y más ciudades de todo el país han ido copiando el ejemplo.

Desde Liberty Plaza se organizó una marcha protesta por la brutalidad policial que llegaba hasta la jefatura de policía de Nueva York. Desde el propio cuerpo de seguridad ese día, como suceso singular, se notó un cambio de actitud debido a la mala imagen que había supuesto la brutal actuación. En esta ocasión, la policía escoltaba a la manifestación, a cuyos integrantes se les indicaba con amabilidad las zonas por donde debía transcurrir la marcha. Incluso se ha dado el caso de un centenar de agentes de la policía de Nueva York que se han negado a ir trabajar como muestra de solidaridad con el movimiento. Por desgracia, posteriores episodios de violencia policial han continuado produciéndose contra los indignados en muchas ciudades estadounidenses.

La intelectualidad americana progresista se ha unido a la iniciativa. Noam Chomsky, por ejemplo, ha participado activamente en las asambleas organizadas en Liberty Plaza, donde ha denunciado el intolerable poder de las instituciones financieras, la concentración de riqueza en torno a quienes las manejan y la consecuente precarización del resto de la población. Ante tal poder, reclama que la impunidad de quienes mueven los hilos de la economía ha de terminar como condición necesaria para encarrilar a la sociedad a un camino más justo y saludable.

El único modo de conseguirlo pasa por la protesta masiva de la ciudadanía. Con las movilizaciones de las principales plazas de los Estados Unidos, la clase trabajadora ha comenzado a mostrar síntomas de cansancio y hartazgo hacia las instituciones que dominan la vida de la sociedad y la empobrecen, a evolucionar hacia el inconformismo necesario para plantearse el porqué de la situación actual, reclamar que cambie y, sobre todo, a buscar a sus verdaderos causantes, señalarlos y exigirles responsabilidades. Al respecto, no es casualidad que la principal consigna del movimiento sea “somos el 99 por ciento”. Sí, el 99 por ciento que soporta la codicia del restante 1 por ciento.