Cuando se plantea ante Naciones Unidas una resolución para la condena de la glorificación del nazismo, la ideología neonazi y otras formas de intolerancia racial y xenofobia, lo lógico es pensar que va a recibir un apoyo unánime. Sobre todo en estos tiempos actuales, donde las crisis ya sabemos que hacen resurgir los peores fantasmas del pasado. Sin embargo, los resultados de la votación han mostrado a Estados Unidos, Canadá y Ucrania opuestos a esta resolución y, algo más diplomáticos, la abstención de los estados europeos. Vista su historia reciente, más que ningún otro estado, Alemania, Japón, Italia o España tienen la obligación moral de votar a favor de cualquier resolución contra los fascismos. Su abstención para contentar al gigante norteamericano demuestra su sumisión a los intereses de aquél y, sobre todo una enorme hipocresía, pues la memoria de las infames guerras causadas por tales degeneraciones ideológicas no puede quedar enterrada. Pero claro, sólo tenemos que volver a Ucrania para ver el monstruo vestido con esvásticas que Occidente está alimentando.
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