La reciente sucesión de imágenes de jóvenes dirigentes del Partido Popular realizando saludos fascistas o posando con simbología ultraderechista no pueden ser reducidas a chiquilladas, pues hay que recordar que militan en un partido cuyas raíces se hunden en la época franquista.
Rezaba un reciente titular de prensa que "la ultraderecha campa a sus anchas entre las juventudes del PP"[1], haciéndose eco de la reciente moda de algunos cargos de aquel partido a fotografiarse junto a símbolos del franquismo o a realizar saludos fascistas en público. Propios y extraños han mostrado su sorpresa ante conductas tan impropias en el contexto de un estado supuestamente moderno y democrático.
No obstante, extrañarse de tales comportamientos, que en otros países de nuestro entorno hubieran supuesto cuando menos la inhabilitación para el ejercicio de la política, es una demostración de la amnesia histórica que afecta a una parte de la población. Al fin y al cabo, se trata de jóvenes que muestran sus simpatías hacia los símbolos y la liturgia de la época, no tan lejana, en la que se gestó el partido que militan, una agrupación política que no podemos olvidar que fue fundada por un ministro del franquismo. Como afirmaba un comentario en las redes sociales, lo extraño hubiera sido ver a los cachorros del PP homenajeando a Malcolm X.
Desde el seno del PP tales acciones han sido disculpadas como "chiquilladas", haciendo inevitable evocar los "pecadillos de juventud" de José María Aznar, quien no olvidemos que antes de lucir mostacho presumía de ser falangista. Menos joven era Jaime Mayor Oreja, cuando afirmó que la situación durante el franquismo era de "extraordinaria placidez"[2], o el alcalde de Lugo -Manuel González, también popular-, quien aprovechó un pleno en su ayuntamiento para afirmar que "quienes fueron condenados a muerte" durante el régimen de Franco "sería porque lo merecían"[3].
Lo cierto es que tradicionalmente el Partido Popular ha sido reticente a apoyar iniciativas contra el franquismo. Ejemplos recientes de tal actitud son la negativa de los diputados populares a dedicar el 18 de julio a la condena de la dictadura franquista y a la memoria de las víctimas, o el veto del Grupo Popular Europeo a una exposición en la Eurocámara acerca de los horrores de la dictadura fascista que sufrió el pueblo español.
Un breve repaso a la historia de este partido permite comprender que el franquismo es parte de su génesis. Para ello hay que remontarse a 1973, año en el que un grupo de intelectuales y políticos relacionados con el régimen fundan el Gabinete de Orientación y Documentación S.A. (GODSA) con el objetivo de desarrollar las bases del llamado a ser uno de los dos actores del bipartidismo que dominaría la política española tras la muerte del dictador[4]. Manuel Fraga, ministro de Franco, sería el elegido para liderar el mencionado proyecto, que pasaría a llamarse Reforma Democrática, para luego evolucionar a Coalición Democrática y, más tarde, a Alianza Popular, refundada esta última en 1989 como el actual Partido Popular.
La existencia de ramalazos filo-franquistas a estas alturas del siglo XXI son consecuencia de una transición inacabada, a pesar de que los medios la hayan vendido a la ciudadanía como "modélica". Las recientes filtraciones de Wikileaks confirman una transición tutelada por potencias extranjeras, principalmente EEUU y la República Federal de Alemania, con el objetivo de asegurarse en España un estado lacayo integrado en la OTAN donde las bases militares americanas tuvieran continuidad. El papel de think-tanks como GODSA fue fundamental en el diseño de aquella transición, redactando un borrador para el discurso de coronación del rey Juan Carlos I o colaborando con el periodista Carlos Mendo para la fundación de El País, que llegaría a ser uno de los medios de comunicación más influyentes en España[5].
La transición también supuso el mantenimiento de los mismos poderes
hegemónicos
durante el franquismo -banca, patronal e Iglesia-, a los que se les
sumarían el gran capital estadounidense y europeo. Se trataba de unos poderes agradecidos a un régimen que les había permitido engordar sus fortunas[6], beneficiados por las redes clientelares tejidas durante la dictadura, algunas de las cuales serían precursoras de muchos de los actuales escándalos de corrupción. Todos deseaban una
España estable para que sus negocios e inversiones, fundamentalmente en
turismo y construcción, fuesen fructíferos, por lo que nada se preguntaría y los cambios políticos irían orientados hacia una homologación bajo mínimos con las democracias del entorno.
Se asimiló democracia con la posibilidad de votar a unos representantes
cada varios años, olvidándose que las conquistas sociales y los atisbos
de libertad en España se conquistaron gracias a las movilizaciones de
los trabajadores durante los últimos años del franquismo. Con el tiempo, la sociedad aceptó como normal formar parte de un Estado democrático donde el fascismo no fuese ilegal y sus símbolos fueron aceptados como una parte más del entorno en plazas, muros y fachadas de toda la geografía española. Así, los símbolos del franquismo no se tocaron. Tan sólo, con el paso
del tiempo, la presión social de los sectores más a la izquierda
llevaría a
Rodríguez Zapatero a firmar una tímida Ley de Memoria Histórica, muy
criticada desde el Partido Popular, que con el tiempo se demostraría
insuficiente.
Retomando el titular al que se hacía alusión al inicio de este artículo, la ultraderecha jamás ha dejado de campar a sus anchas en este país. No es normal que un país se acueste fascista una noche y amanezca demócrata en la mañana siguiente. En todo caso, por puro interés electoral, se disfrazó de centrista para disputar votos a la derecha socioliberal del PSOE -que a su vez mantendría la máscara del centro-izquierda para contentar a sus bases más progresistas-. No obstante, las contradicciones afloran en un partido destinado a concentrar un electorado que recorre prácticamente todo el espectro de la derecha, desde la más rancia nacional-católica hasta la neoconservadora. Por eso es incomprensible que no se hagan cumplir de inmediato los estatutos del Partido Popular, que establecen la expulsión para aquellos miembros que exhiban símbolos fascistas[7], a no ser que aceptemos que en los cuadros del partido aún dominan los herederos del régimen franquista.
[1] "La ultraderecha campa a sus anchas entre las juventudes del PP. La Sexta Noticias, 18 de agosto de 2013.
[2] "Mayor Oreja se niega a condenar el franquismo y Acebes evita desautorizarle". El País, 16 de octubre de 2007.
[3] "Un alcalde gallego del PP afirma que quienes fueron ejecutados por el franquismo "lo merecían"". Público, 5 de agosto de 2013.
[4] Barrachina, C. (2002): "Antecedentes de la reforma: las elites militares favorables a la reforma (1953-1976)" en El regreso a los cuarteles: militares y cambio político en España (1976-1981). RESDAL.
[5] Ibid.
[6] Navarro, V: "La Transición no fue modélica". Público, 9 de abril de 2009.
[7] "Exhibir símbolos fascistas supone la expulsión del PP, según sus estatutos ". Levante, 21 de agosto de 2013.
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