Si algo nos ha enseñado el pueblo brasileño es que las movilizaciones sirven para mucho. Independientemente de lo que pueda pasar a partir de ahora, incluso teniendo en cuenta la indeseable posibilidad de que estas movilizaciones sean instrumentalizadas por los sectores más conservadores de la sociedad, lo cierto es que la protesta se confirma como un magnífico vehículo para hacer oír la voz del pueblo. Por lo pronto, la presidenta de Brasil ha prometido la celebración de un plebiscito para emprender una profunda reforma política que responda a las reclamaciones de los brasileños. A pesar de todo lo criticable durante su mandato, da gusto oír a Dilma Rouseff afirmar que las protestas dicen que "el pueblo quiere más ciudadanía, quiere ciudadanía plena" y exige "servicios públicos de calidad", "mecanismos más eficientes contra la corrupción" y "una representación política más permeable" a sus demandas.
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