El compromiso asumido por Julio Anguita de convertirse en referente de un frente cívico contra la crisis ha de entenderse como un intento de despertar la conciencia de clase entre una población mayoritariamente en shock permanente ante la ilusión -de iluso- de que volverán tiempos mejores si acepta sin condiciones los cambios impuestos desde el establishment. De por sí, el hecho de crear esa conciencia de clase es un acto revolucionario.
Es innegable reconocer la mezcla de satisfacción y esperanza que a muchos nos produjo las palabras de Julio Anguita en su ya famosa intervención en Sabadell, el pasado 15 de junio, cuando se comprometió a ser el referente de una operación política con la intención cambiar el país[1].
No es cuestión de fomentar ningún culto a la persona, cosa que ni a Julio ni a quien suscribe nos gusta en absoluto. Se trata de ideas, de programas, de democracia en su sentido etimológico: el poder del pueblo. El haber de Julio es su bagaje político, su incuestionable honorabilidad, su experiencia; elementos en los que basará su papel de referente en este intento de despertar conciencias.
Muchísimas personas han reaccionado positivamente ante el anuncio de Julio Anguita, lo cual se refleja en Internet: gran parte de la blogosfera política ha hecho eco de la noticia, con la inevitable -e ilusionante- difusión del vídeo de tres minutos y medio que recoge el desafío planteado; además, se han creado grupos en Facebook donde muchos preguntan qué pueden hacer para colaborar[2]. Toda una luz de esperanza para una sociedad mayoritariamente sumida en la indiferencia y la resignación.
No obstante, las primeras propuestas están por llegar. Ni que decir tiene que, vengan de quien vengan, cualquier propuesta ha de ser analizada con el mayor rigor posible, único modo de evitar repetir errores del pasado. Sin embargo, hay quien no ha esperado a la fecha anunciada -el fin de semana siguiente al acto en Sabadell- para comenzar las críticas a las palabras de Anguita. La polémica surge de unas declaraciones en las que éste afirma que evita "hablar de izquierdas, de derechas, de socialismo, de comunismo, de república", pues considera que "en estos momentos, la respuesta a esta situación tiene que ser de interclasismo, en esto sigo la estela de muchos maestros que inspiran a los que nos decimos de izquierda"[3].
A partir de aquellas palabras, hay quien se ha atrevido a profetizar que las propuestas de Julio Anguita serán de corte reformista, una especie de "tercera vía" para contento y captación de socialdemócratas desencantados[4]. Aunque hasta disponer de las propuestas, y analizarlas con el adecuado espíritu crítico, no se puede descartar nada, parece demasiado aventurado comenzar con la manida guerra de etiquetas que tanto gusta en ciertos sectores de la izquierda. La vuelta a la absurda competencia entre compañeros a ver quién es menos pequeñoburgués, el primer paso al dogmatismo y el sectarismo, crónico problema que adolece una izquierda ahora, más que nunca, necesitada de encontrar puntos comunes que unan.
La desconfianza es algo normal y sano, siempre que se base en el filtro del escepticismo, sin embargo, cuando su sustento es la rígida ortodoxia, puede conducir a un indeseado inmovilismo. Muchos de quienes han criticado las palabras de Anguita de seguro son personas cultas, conocedoras a la perfección del materialismo dialéctico, quienes sinceramente esperan y confían en una revolución cuyo objetivo sea el establecimiento de un orden más justo, en el que la soberanía recaiga realmente en el pueblo y para el pueblo. No obstante, da la impresión de que sólo aceptarían la aparición de un nuevo Lenin dispuesto a tomar el Palacio de Invierno, a quien seguirían sin pestañear. Ahora bien, romanticismos aparte, ¿cuánto éxito tendría hoy en día, en las condiciones actuales, un movimiento revolucionario así planteado?
Volviendo a Lenin, si éste liderase un cambio en España, no comenzaría hablando de revolución. Hablaría de los problemas que unen a toda la ciudadanía, evocando el "pan, paz y tierra" que en su día movilizó al pueblo ruso. La sociedad actual aún sufre los efectos de un proceso de narcotización tras años de consumismo desmedido, de crédito fácil, del engaño de un mundo idealizado en el que se podía vivir como ricos sin serlo. El ciudadano fue inoculado con el virus de la indolencia y el conformismo. Tras años de aprendizaje condicionado desapareció cualquier atisbo de conciencia de clase, los trabajadores siguen creyéndose culpables de sus propios males. Vivimos la época del eufemismo, donde se confunde democracia con parlamentarismo, solidaridad con caridad e izquierda con PSOE.
En la mente de la mayoría de la población aún no se dan las condiciones para hablar de revolución. El establishment mediático continúa su labor de juez que decide lo socialmente correcto y lo que no, según se desvíe del pensamiento único que hoy impera. Es por eso que Anguita insiste en que "la propuesta programática responde a las demandas de una mayoría no politizada, que huye de la política y que incluso está asustada"[5], el "pan, paz y tierra" de hoy.
A estas alturas, cualquier desafío desde la inteligencia, el ejercicio de la pedagogía, el despertar -en definitiva- de una conciencia común, es de por sí revolucionario. ¿Acaso no nos encontramos en la época de mayores contradicciones de la historia reciente? La apuesta de Anguita pasa por hacer que cada persona apele a su conciencia individual, a la comprensión de la situación actual, a sus causas y a quienes la sufren: "¿qué padre o madre no estaría dispuesto junto a sus hijos a evitar este holocausto generacional?"[6].
Recuerdo, no hace mucho, en una de las muchas manifestaciones contra la multitud de recortes que llevamos sufriendo, cuando un compañero me reconocía la inutilidad de las movilizaciones en cuanto a la posibilidad de que hicieran retroceder al Gobierno en sus pretensiones. Le pregunté, entonces, por los motivos que le hacían acudir a las manifestaciones: "porque es el único modo de que las personas salgan a las calles, vean los rostros de gente con sus mismos problemas y comprendan lo mucho que nos une".
Por si alguien aún no ha leído entre líneas las palabras de Julio Anguita, su pretensión primordial es el despertar de la conciencia de clase. ¿Acaso eso no es de por sí revolucionario?
[1] "Información de urgencia sobre la intervencion de Julio en Sabadell". 18 de junio de 2012.
[2] Vid. "Seguidores de Julio Anguita en Facebook".
[3] "Julio Anguita: "Yo no pienso ir a ningunas elecciones"". Público, 21 de junio de 2012.
[4] Se invita al lector a repasar los comentarios en el grupo de Facebook enlazado en un punto anterior.
[5]"Julio Anguita: "Yo no pienso ir a ningunas elecciones"". Op. cit.
[6] Ibid.
A partir de aquellas palabras, hay quien se ha atrevido a profetizar que las propuestas de Julio Anguita serán de corte reformista, una especie de "tercera vía" para contento y captación de socialdemócratas desencantados[4]. Aunque hasta disponer de las propuestas, y analizarlas con el adecuado espíritu crítico, no se puede descartar nada, parece demasiado aventurado comenzar con la manida guerra de etiquetas que tanto gusta en ciertos sectores de la izquierda. La vuelta a la absurda competencia entre compañeros a ver quién es menos pequeñoburgués, el primer paso al dogmatismo y el sectarismo, crónico problema que adolece una izquierda ahora, más que nunca, necesitada de encontrar puntos comunes que unan.
La desconfianza es algo normal y sano, siempre que se base en el filtro del escepticismo, sin embargo, cuando su sustento es la rígida ortodoxia, puede conducir a un indeseado inmovilismo. Muchos de quienes han criticado las palabras de Anguita de seguro son personas cultas, conocedoras a la perfección del materialismo dialéctico, quienes sinceramente esperan y confían en una revolución cuyo objetivo sea el establecimiento de un orden más justo, en el que la soberanía recaiga realmente en el pueblo y para el pueblo. No obstante, da la impresión de que sólo aceptarían la aparición de un nuevo Lenin dispuesto a tomar el Palacio de Invierno, a quien seguirían sin pestañear. Ahora bien, romanticismos aparte, ¿cuánto éxito tendría hoy en día, en las condiciones actuales, un movimiento revolucionario así planteado?
Volviendo a Lenin, si éste liderase un cambio en España, no comenzaría hablando de revolución. Hablaría de los problemas que unen a toda la ciudadanía, evocando el "pan, paz y tierra" que en su día movilizó al pueblo ruso. La sociedad actual aún sufre los efectos de un proceso de narcotización tras años de consumismo desmedido, de crédito fácil, del engaño de un mundo idealizado en el que se podía vivir como ricos sin serlo. El ciudadano fue inoculado con el virus de la indolencia y el conformismo. Tras años de aprendizaje condicionado desapareció cualquier atisbo de conciencia de clase, los trabajadores siguen creyéndose culpables de sus propios males. Vivimos la época del eufemismo, donde se confunde democracia con parlamentarismo, solidaridad con caridad e izquierda con PSOE.
En la mente de la mayoría de la población aún no se dan las condiciones para hablar de revolución. El establishment mediático continúa su labor de juez que decide lo socialmente correcto y lo que no, según se desvíe del pensamiento único que hoy impera. Es por eso que Anguita insiste en que "la propuesta programática responde a las demandas de una mayoría no politizada, que huye de la política y que incluso está asustada"[5], el "pan, paz y tierra" de hoy.
A estas alturas, cualquier desafío desde la inteligencia, el ejercicio de la pedagogía, el despertar -en definitiva- de una conciencia común, es de por sí revolucionario. ¿Acaso no nos encontramos en la época de mayores contradicciones de la historia reciente? La apuesta de Anguita pasa por hacer que cada persona apele a su conciencia individual, a la comprensión de la situación actual, a sus causas y a quienes la sufren: "¿qué padre o madre no estaría dispuesto junto a sus hijos a evitar este holocausto generacional?"[6].
Recuerdo, no hace mucho, en una de las muchas manifestaciones contra la multitud de recortes que llevamos sufriendo, cuando un compañero me reconocía la inutilidad de las movilizaciones en cuanto a la posibilidad de que hicieran retroceder al Gobierno en sus pretensiones. Le pregunté, entonces, por los motivos que le hacían acudir a las manifestaciones: "porque es el único modo de que las personas salgan a las calles, vean los rostros de gente con sus mismos problemas y comprendan lo mucho que nos une".
Por si alguien aún no ha leído entre líneas las palabras de Julio Anguita, su pretensión primordial es el despertar de la conciencia de clase. ¿Acaso eso no es de por sí revolucionario?
[1] "Información de urgencia sobre la intervencion de Julio en Sabadell". 18 de junio de 2012.
[2] Vid. "Seguidores de Julio Anguita en Facebook".
[3] "Julio Anguita: "Yo no pienso ir a ningunas elecciones"". Público, 21 de junio de 2012.
[4] Se invita al lector a repasar los comentarios en el grupo de Facebook enlazado en un punto anterior.
[5]"Julio Anguita: "Yo no pienso ir a ningunas elecciones"". Op. cit.
[6] Ibid.
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