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lunes, 19 de marzo de 2012

La demonización de los sindicatos

El movimiento sindical, herramienta imprescindible para el trabajador a la hora de luchar por sus derechos, se encuentra en horas bajas debido principalmente, errores propios aparte, a la campaña orquestada en su contra desde los medios de comunicación tradicionales. Su debilitamiento supone también una mayor indefensión de la clase trabajadora. 

A riesgo de caer en lo políticamente incorrecto, no es descabellado afirmar que los asalariados somos simple mercancía que se cotiza en el mercado laboral; un mercado acostumbrado a ir a la baja, tendencia ésta agudizada desde el comienzo de la actual crisis. Abundando en lo incorrecto, la reciente reforma laboral nos coloca en el mismo nivel que a cualquier otro objeto de mercadeo; somos carne, abundante y fácilmente reemplazable. Usualmente malvendemos nuestra fuerza de trabajo, ya sea intelectual o física, por un número de horas a la semana, mientras unos pocos sacan pingües beneficios de ello.

Históricamente el trabajador, en su necesidad de sobrevivir y satisfacer sus necesidades más elementales, se encuentra en condición de inferioridad a la hora de pactar la compensación por su trabajo en dinero y beneficios adicionales como vacaciones, horarios, etc. La competencia connatural al mercado laboral limita al trabajador su capacidad de negociar de manera individual condiciones económicas y de estabilidad a la hora de optar a un puesto de trabajo. La unión entre los trabajadores ha sido tradicionalmente el único modo de asegurar al menos unos mínimos; sin embargo, anulada en la práctica la capacidad de negociación colectiva, pocas opciones restan a los trabajadores para huir de un binomio oferta-demanda que no cesa de perjudicar sus condiciones para encontrar y mantener un empleo digno.

El convenio colectivo, negociado entre empresa y trabajadores, es un elemento fundamental para asegurar unos mínimos. La calidad de estos mínimos va a depender de la fuerza de negociación de los representantes de los trabajadores, cuya cohesión y capacidad de organización los colocará en una mejor posición de partida. Tradicionalmente, éstos han estado asesorados y respaldados por los sindicatos de clase, herramientas de los trabajadores para demostrar esa capacidad de unirse frente al empresario.

Nos encontramos ante una época en la que los sindicatos de clase se encuentran debilitados. Su debilidad repercute directamente en la evolución de las reglas del juego del mercado laboral, hoy más hostil que nunca para los trabajadores asalariados. Además de las causas coyunturales asociadas a la actual crisis, gran parte de la debilidad de los sindicatos de clase es responsabilidad propia, especialmente de los llamados sindicatos mayoritarios. La sensación de que los sindicatos mayoritarios no han sabido estar a la altura de las circunstancias, especialmente en lo referido a su tibieza a la hora de responder a una gran cantidad de desafíos y agresiones al nivel de vida de los trabajadores -como el retraso de la edad de jubilación o anteriores reformas laborales-, ha creado un clima de desconfianza a su alrededor que ha mermado considerablemente el tradicional apoyo recibido por parte de los trabajadores.

Es justo reconocer la existencia de ciertas actitudes individuales que han facilitado la creación de esa imagen negativa del sindicalista. Ha habido y, posiblemente, habrá sindicalistas que efectivamente encuentren en el voto de los compañeros la posibilidad de escamotear horas de trabajo en su empresa para beneficio propio, incluso habrá quienes traicionen los intereses colectivos para asegurar su puesto en la empresa o facilitar oportunidades laborales a familiares y amigos. Pero ese tipo de corrupción no puede confundirse con la lucha sindical, pues ésta conlleva un compromiso aceptado por muchos sindicalistas de base, quienes hacen de la lucha sindical un estilo de vida. Este tipo de corrupciones en realidad debilitan, como se demuestra día a día, la capacidad de convocatoria de los sindicatos de clase, quienes no han tenido la previsión o quizás la capacidad de liderazgo suficiente para coartar cualquier tipo de comportamiento insolidario o egoísta entre sus filas.

Por supuesto, detrás de la degradación de la imagen de los sindicatos están las manipulaciones de los medios de comunicación tradicionales, quienes han proyectado en los sindicatos mayoritarios todos los males que sufre la clase trabajadora, magnificando sus errores y, usualmente, contribuyendo a la creación de un estereotipo de sindicalistas vividores a costa del contribuyente, desconectados de la cruda realidad que vive el asalariado. Es ese sentido, la propaganda de los medios de comunicación tradicionales es mucho más dañina que la actitud de unos cuantos vividores pues, aparte del ejercicio de magnificación de los defectos de aquéllos, no dudarán en distorsionar la realidad para convencer al ciudadano de que el sindicalismo es un residuo de épocas pasadas, un sinsentido que sólo sirve para dificultar la creación de empleo y asegurar los privilegios de unos cuantos sindicalistas. Así, se habla de los relojes de lujo de un dirigente sindical -que luego resultan no ser tales-, de los cruceros de otro o de las cervezas que se toman después de manifestarse. Se cuenta que algunos sindicalistas, que forman parte del consejo de una entidad bancaria, ganan varios miles de euros al año sin aclarar que su nómina va íntegramente al sindicato. En definitiva, aparte del sesgo de las noticias, no deja de ser curioso que aquellas críticas sean realizadas por quienes se suponen acérrimos defensores de la libertad individual por encima de otra cosa.

No se puede, sin embargo, hablar de la actual debilidad del movimiento sindical sin realizar un ejercicio de autocrítica desde la perspectiva de clase. Por una parte, la clase trabajadora ha ido acomodándose con el tiempo, volviéndose menos combativa y permisiva ante los ataques a sus derechos por parte de los grandes poderes. Este desclasamiento ha sido también un logro de los medios de comunicación tradicionales, cuya propaganda ha servido para desincentivar la movilización y el espíritu de lucha obrera. Por otra parte, tampoco hemos sido lo suficientemente exigentes con nuestros representantes sindicales a la hora de defender nuestros derechos, llegando incluso a desentendernos del asunto, como si no fuera con nosotros, como ocurrió en parte el 29 de septiembre de 2010.

El movimiento sindical, aunque imperfecto es en estos días más necesario que nunca. Si se intenta demonizar desde los medios de comunicación tradicionales es precisamente porque, desde los grandes poderes, se teme una eventual reorganización por su parte que pudiese llegar a movilizar realmente a las masas. No en vano, detrás de los medios de comunicación tradicionales se encuentran importantes grupos empresariales, artífices de la última reforma laboral, deseosos de profundizar en el desmontaje del Estado del Bienestar y la destrucción de nuestros derechos con el objetivo de acrecentar sus beneficios. Sumarse al actual linchamiento mediático contra el movimiento sindical, además de ser un comportamiento contradictorio por parte de cualquier trabajador, supone la certificación del asalariado como objeto de mercadeo sometido a las leyes de un mercado caprichoso donde el trabajo es un valor a la baja y los derechos del trabajador, incluido el de huelga, mero papel mojado.

Como apunte final, conviene recordar los años treinta del siglo pasado, cuando Alemania alcanzaba los 6 millones de desempleados. Una importante campaña mediática en aquella época señaló a los sindicatos como los principales culpables del enorme paro, al dificultar la creación de empleo con sus exigencias proteccionistas hacia el trabajador. Poco tiempo después, un partido político que prometía devolver a Alemania a la senda del pleno empleo llegaba al poder: de inmediato procedió a la eliminación de los sindicatos obreros, de los subsidios de desempleo, de la seguridad social y, en definitiva, de los derechos de los trabajadores. Cualquier atisbo de justicia social desaparecía así, de un plumazo, en el recién declarado III Reich.

5 comentarios:

  1. Nooo, tranquilo. Si nadie teme "una eventual reorganización por su parte que pudiese llegar a movilizar realmente a las masas". Lo que tememos los que aún somos trabajadores, y MUCHO, es que la doctrina sindicalista nos lleve a otros 3,5 millones de parados además de los que ya crearon, a tener que seguir trabajando para que otros disfruten de horas opacas, a seguir pagándoles su casa de campo con nuestro sueldo. ¿A cuánto ascendió el paro entre los miembros del comité de empresa de vuestro centro?

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    1. Veo que usted tiene muy claro que existe una conspiración por parte de todos los sindicalistas del país para pagarse una casa de campo, con nuestro sueldo, a cambio de destruir empleo. Tiene toda la lógica, sí.

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  2. Es de pura logica lo que dice el Anonimo de las casas de campo. Gente asi nos abrirá los ojos, mandaremos al cuerno a los sindicatos y nos convertiremos en habiles negociadores individuales, deviniendo entonces una exclosion de empleo digno y bien pagado.

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  3. El problema no está en los medios de comunicación, sino en una parte considerable de los trabajadores de este país, que consideran que los sindicatos son prescindibles. Pudiera parecer que el que en este país haya tanto asalariado mileurista demonizando a los sindicatos esté en relación directa con el tradicional bajo nivel de afilicación sindical en España y, quién sabe, tal vez esté también en relación directa con la vieja tradición española de la "hidalguía universal" en algunos lugares de España.

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  4. Yo veo esta huelga como una acción de los sindicatos para intentar demostrar al trabajador que están haciendo algo. No como algo de lucha real con fines claros para conseguir evitar la reforma. Desde mi punto de vista, así no se hacen las cosas. La lucha sindical tiene que ser real y es muy necesaria, con gente comprometida que sepa tirar del trabajador. Ahora mismo, no existe. Estamos jodidos.

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