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domingo, 25 de diciembre de 2011

¡Feliz Solsticio de Invierno!

El solsticio de invierno no es más que el día del año en el que tiene lugar la noche más larga para, a continuación durante los próximos seis meses, producirse el alargamiento de la duración del día. La celebración de este acontecimiento lleva produciéndose desde tiempos inmemoriales, sustituida en la cultura cristiana por la Navidad desde el año 350, cuando el papa Julio I decide que el 25 de diciembre sea la fecha del nacimiento de Jesucristo.

En primer lugar, es obligado afirmar que es difícil hablar de felicidad en una época como la que nos está tocando vivir, donde los derechos que la ciudadanía consideraba inamovibles han demostrado ser meras concesiones que fueron útiles a las élites gobernantes durante unas décadas, que ahora sin embargo han pasado a ser accesorias.

Independientemente del contexto económico, histórico o cultural, estas fechas han sido de motivo celebración para la mayoría de las civilizaciones. Han bastado unos mínimos conocimientos de astronomía para que la humanidad descubriese el patrón estacional de la duración de los días y las noches. Ya el monumento de Stonehenge, construido sobre el 2500 a.e.c., tenía entre sus funciones la identificación de los solsticios. El solsticio de invierno señala el final del acortamiento de los días, un anuncio de que durante los próximos 6 meses la duración de aquéllos se prolongará, lo que brindará un creciente número de horas de luz, necesaria para las civilizaciones más antiguas cuya iluminación se reducía a antorchas y hogueras. También significaba, sin embargo, el inicio del invierno, los meses de la hambruna, por lo que se procedía al sacrificio de animales que de otro modo habría que alimentar con los escasos recursos disponibles en aquella estación.

Cada civilización integraba el solsticio de invierno con sus costumbres religiosas, así en Roma se celebraba el Dies Natalis Solis Invicti, el Día del Nacimiento del Sol Inconquistado, un festival que llegaba a su apogeo el 25 de diciembre, coincidente con el solsticio de invierno según el calendario juliano. Entre el 17 y 23 de diciembre se celebraban las Saturnales, fiestas que coincidían con la finalización de la fermentación del vino, donde se sucedían banquetes, diversiones e intercambios de regalos. Los hogares romanos se decoraban especialmente para la fecha, a los esclavos se les permitían ciertas licencias, incluso la posibilidad de ser servidos -sólo durante esos días- por sus amos. La razón de esta celebración vino con motivo de la dura derrota romana frente a los cartagineses en la Batalla del Lago Trasimeno (217 a.e.c.). Así se evocaba al dios Saturno, dios protector de siembras y cosechas, representante de la edad de oro de la mitológica griega -Saturno es el dios equivalente a Cronos- en la que los hombres vivían felices, sin separaciones sociales.

El ascenso del cristianismo a religión dominante en Roma le llevó a la apropiación de muchas costumbres paganas. El día del nacimiento del Sol no sería menos. En 350 el papa Julio I haría coincidir aquella fecha con la del nacimiento de Jesús de Nazaret, aunque no hubiere ningún registro documental que mencionase tal día. Esta operación de marketing premedieval permitió asociar directamente al dios cristiano con el Sol, lo que facilitaría la inevitable absorción del paganismo por el cristianismo.

Por tanto, la Misa del Gallo no es más que la conmemoración del solsticio de invierno, mientras que -paradojas de la vida- la celebración de la Navidad no es más que la degeneración de un rito romano que recordaba que los hombres podemos ser iguales, reducido en nuestros días a un irritante culto al consumismo.

Si hay algo positivo en la Navidad es que, una vez estudiados sus orígenes, nos sirve para recordar que los precursores de nuestra civilización moderna celebraban unos días en honor a la igualdad entre los seres humanos. Las economías de Grecia y Roma se sustentaban en la mano de obra esclava, de ahí la diferenciación entre las clases de los hombres libres y los esclavos. Hoy en día, aunque hayamos superado el esclavismo como motor de la economía, sigue teniendo lugar una lucha entre clases que se agudiza según el neoliberalismo va imponiendo  su doctrina. Los trabajadores podemos, por tanto, celebrar las fechas navideñas sin necesidad de connotaciones religiosas, unos días en los que podamos especialmente recordar -al igual que hacían los esclavos en Roma- que alcanzar la Edad de Oro de la humanidad no sólo es posible, sino un objetivo por el que todo ciudadano debería luchar.

1 comentario:

  1. me ha gustado mucho, lo he compartido, aun nos quedan los banquetes, los adornos, los sacrificios de animales y hacer algo bueno por un día, es bueno saber el por qué de las cosas, pensar nos hacer mejores

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